Índice de Documentos > Boletines > Boletin Junio 2006
 
  - P R I S A S
 
Es un día oscuro, el resplandor solar se desvanece por las montañas anunciando continuidad del mal tiempo, tañen las damas del campanario y en su estertor se despiden de un feligrés que abandona la parroquia para siempre.

Un viento huracanado bate constantemente el paisaje: árboles, postes, semáforos, farolas, se inclinan intentando resistirlo, pero él los golpea al igual que las cornisas, los aleros, balcones, persianas, barracones y demás sujetos urbanos con una fuerza casi despiadada. El coche fúnebre, cubierto de coronas, sube la cuesta que conduce a la iglesia donde van a practicar las exequias.
De pronto, el vehículo da un frenazo, y entre la brusquedad de la parada y el golpetazo de una racha de viento, el ataúd se desprende y salta como si saliese de una lanzadera y, cuesta abajo, se desliza hacia el centro de la plaza, nudo principal del pueblo conectado con la carretera general. Salen los ocupantes de los coches acompañantes y los empleados de la funeraria, todos corren detrás del muerto que se les escapa, pero no va lejos, aterriza en medio de la carretera, lo que ocasiona un gran atasco de trafico: pitos, sirenas, voces, todos se mezclan: la aglomeración de la gente es grande, la escena presenta un matiz tragicómico, llantos y risas afloran, hay rostros que se esconden para no ofender a los dignos, dignos que aspavientan, niños que acuden y guardias que surgen no se sabe de donde.
El viento se detiene a contemplar el espectáculo, no se siente culpable de la catástrofe que se ha originado; él sabe, por las muchas que ocasiona, que en este caso no puso empeño en promoverla, no sabe si le culparán de la baja, lo que le extraña es la rapidez con que lo han preparado porque cuando él es el sujeto activo del suceso, y de eso él sabe mucho, los humanos tardan mucho tiempo en reaccionar. Este pueblo debe ser diferente, algún artilugio habrán inventado que ve y previene el futuro.

- ¡Esto no hay derecho! ¡A mí qué me importa el muerto! ¡Ni ese ni mil! -grita, desaforado, un conductor subido en su descapotable y reluciente coche de alta gama. -¡A la mierda este puto pueblo!- Y sale disparado saltándose a los guardias y a la gente que se arremolinaba. A un vejete le roza y lo tira al suelo, la gente grita y de momento se olvida del muerto para perseguir al intruso, pero cualquiera lo coge: a ciento setenta y con el viento que vuelve a arreciar, se pierde en el horizonte, podemos decir, o en el sin fin de la carretera; y, de pronto, como si de una película se tratara, se oye un golpe fuerte y una cosa vuela por los aires.

-¡Vamos a ver!, grita un joven, y salen, motorizados, en dirección a donde se ha oído el golpe. Pronto se llega, y se encuentran un coche completamente destrozado, empotrado en el pretil de una curva; miran adentro y el tío no está; el coche, no hay duda que es el del ofensor. Buscan al individuo, no está dentro ni por los alrededores, ha desaparecido, no lo encuentran, hasta que uno levanta la cabeza y lo ve hecho trizas y enganchado en las ramas de un árbol cercano, y, entonces, oyen una vocecita que les pide ayuda.

-¿No tenía prisa? Baje y corra, que aún llega a tiempo, y si no puede, ahí cerca hay un hospital, que es un lugar sin prisas ¡hasta la vista, majo!, nosotros nos volvemos a nuestro puto pueblo y a nuestro muerto.

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