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  - EL HUERTANO Y EL FRAILE
 
En un pueblecito de la Vega Baja del Segura había un huertano que todos los días se cruzaba, al salir de su casa, con un fraile de los de hábito marrón con capucha, pies calzados con sandalias y bastón en mano.

Invariablemente le consultaba el huertano sobre el tiempo que tendrían en el día, y el fraile, puntualmente, con el bastón que portaba en su mano diestra, informaba señalando:
Seco, Bueno, Variable, Ventoso, Lluvia -según el caso- y añadía siempre el lema:
´Recuerda, hermano, que todos hemos de morir.´

El huertano a su vez respondía:
“Ve con Dios, hermano”.

Habréis adivinado que el fraile era un sencillo barómetro de los llamados de cuadrante: en su parte delantera, de cartón, aparecía recortada la figura de un fraile que señalaba con uno de los brazos, móvil, prolongado con un bastón, una columna con distintas variables del tiempo; su capucha, también móvil, se situaba sobre su cabeza en el caso de anunciar lluvia.
Debajo de la figura rezaba el lema antes citado:
´Recuerda, hermano, que todos hemos de morir´.

Era el regalo de bodas que el hortelano había recibido de su hermano mayor, a la sazón misionero en un lejano país, con el que desde la niñez estaba muy unido y al que profesaba una gran admiración y respeto.

Pasaron los años, y todos los días al salir de su casa el hortelano, como si de un ritual se tratase, a la vez que consultaba el tiempo leía el lema que había recibido de su hermano, y le despedía diciendo:
“Ve con Dios, hermano”.

Un día en que el hortelano estaba en el campo, se formó una tormenta seca con gran aparato de rayos y truenos; de súbito, un rayo se precipitó sobre él abatiéndole a tierra para siempre. Ese día, el barómetro, que con los años no señalaba correctamente, indicaba: Bueno.

Una vez que se hubieron celebrado los funerales, y transcurridos varios meses de luto, la viuda decidió ir de visita a casa de unos familiares; su mirada se tropezó con el fraile de cartón que tanto apreciaba su marido, y en un acto de rebeldía lo cogió, airada, y acercándose a una puerta que daba al corral, lo arrojó exclamando:
“¡Ahí te quedas!” “Ve con Dios, frailón”.

Y en la alcayata del barómetro colgó un espejito de Murano que le habían regalado hacía tiempo sus amigas; se ajustó el pañuelo negro sobre la cabeza, dejó caer sobre su frente tersa y nacarada un mechón de cabello negro y rizado, y mirándose al espejito, con un ligero mohín, se dijo:

“Todavía soy lo bastante joven como para recordar ahora la cantinela de que todos hemos de morir”.

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