Índice de Documentos > Boletines > Boletín Agosto/Septiembre 2005
 
ELABORAR LA REALIDAD
 
Será seguramente un convencionalismo, pero en la literatura hay que echarle agudeza y chispa a la vida, fantasía; hay que narrar historietas que permitan volar tomando tierra de vez en cuando para no desnaturalizarse del todo, para no quemarse; hay que dar rienda suelta, aunque atando en corto para que no se vaya por donde no deba, a la imaginación, la loca de la casa; hay que hacer posible, creíble, una ficción, desarrollar la capacidad fabuladora de nuestra desmadrada sensatez, que anida en nuestra inquieta cámara secreta; hay que, como dice la jovencísima escritora Espido Freire, elaborar la realidad, poder llegar a lo eterno en el lector, o sea debe existir un catálogo inagotable de argumentos y situaciones, lo mismo que es inabarcable toda una relación de tipos y roles, genios y facultades humanas en todo el mundo que se nos antoja abarcable por los sentidos o por la sesera.

La verdad es que eso de elaborar la realidad da mucho que pensar. En nuestro espíritu complaciente, y a veces totalmente entregado, sin apenas rechistar, lo que pasa a nuestro alrededor sin que entendamos nada, nos sucede esto de continuo, y mucho más en esta sociedad de la información que es blanco de incesantes bombardeos virtuales y sensoriales.
Si uno lee un par de artículos de prensa por la mañana, ve un telediario al mediodía, se deja llevar por ciertos ensueños macabros a la hora de la siesta, participa en una tertulia de amigos por la tarde, se entretiene escuchando disparidad de criterios de comentaristas de radio al anochecer, repite las noticias del día ya más elaboradas en otra cadena televisiva y deja que se le enciendan los ánimos y los instintos bajos en programas de telebasura, tenga por seguro que acabará perdiendo el equilibrio emocional y se dará un tortazo de no te menees por cualquier esquina.
Este es, si no sabemos dosificar las impresiones que nos llegan, un mundo de locos. Necesitamos elevadas cuotas de cordura, aliñadas de moléculas de ingenio y de átomos de agudeza, con fondo de fortaleza, para saber distinguir el grano de la paja, para vislumbrar al enemigo que ataca por la espalda, para columbrar entre brumas al que sabe manipularnos y llevarnos a su huerto de intencionadas fragancias y premeditadas delicias.

A nadie escapa que vivimos dentro de una nube diseñada al socaire de intereses prefabricados de endebles argamasas, de perversiones, falsedades y artificialidades sin cuento; unos nubarrones densos y oscuros, a veces sumamente asfixiantes, en los que quedan atrapadas las conciencias, sin más recursos para sobrevivir que auxiliarse de mascarillas de creencias y convicciones profundas con las que salir airosos al exterior a base de prolongados y severos tratamientos de tenacidad, o quedar aislados y empobrecidos amarrados a las férreas cadenas de un calabozo más bien llamado negligencia que se complace en la más absoluta dejación de derechos elementales.
A los conflictos propios de cada uno entre el ego social y el íntimo se une una problemática envolvente que nos va rodeando para derribarnos de nuestra peana de barro y debilidad, haciendo que se planten ante nuestras mismísimas narices las más insensatas agresiones, violencias y malos tratos nunca suficientemente justificados.

Vivimos, pues, en la borrasca persistente de la contradicción humana que limita a un extremo con la grandeza de la convivencia, el afecto y la veneración, y por el otro con la vileza, la infamia y el horror. En la lucha, siempre al filo del precipicio, hay que amarrarse fuertemente a la roca vigorosa de la racionalidad, que nos dé impulso para sacar de dentro la paciencia necesaria para soportar los peores momentos y nos permita el resuello de recuperar la capacidad de corregir errores, recurriendo a un sentido de trascendencia para no cosificar más a las personas y rescatar los altos valores que se han perdido. Obligados estamos, pues, a elaborar nuestra misma realidad.

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