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CRISTINA y ANA * PARA ELLAS
 
Ya llegó Septiembre.

Es uno de los meses que más me gustan. En él se vuelven a comenzar muchas cosas. Una de ellas es el colegio de los niños, y yo me alegro por que así tengo más ocasiones de ver a Cristina y Ana.

Cristina y Ana son las hijas de mi sobrina Carmen, por lo tanto sobrinas-nietas mías. Van al Liceo Francés. Como los miércoles por la tarde no tienen colegio y sus papás salen del Hospital a las tres, nosotros vamos a las doce y media a recogerlas, y pasan casi toda la tarde con nosotros. El día de antes las llamo, ¿qué queréis comer mañana? Les pregunto, casi siempre me piden macarrones, ¿Por qué les gustará tanto la pasta a la gente menuda?

El miércoles es un día especial para mí. Es un paréntesis que me separa de la rutina de todos los días. Se me olvidan mis preocupaciones, mis labores, mis lecturas. Solo estoy pendiente de las nenas. Son como un viento fresco que recorre la casa, como rayitos de sol que iluminan en un día gris.

Les cuento cuentos, jugamos al escondite... mi marido me dice que las consiento demasiado, pero no es cierto. Si contestan mal, o si las veo una actitud de egoísmo o de mal genio las corrijo y les hago ver que eso no está bien, pero si sacan mis zapatos de tacón y se los ponen o algún bolso y se disfrazan con lo que encuentran, no me sabe mal, aunque me pongan la casa patas arriba; eso es natural y alguna distracción tienen que tener.

Cuando eran más pequeñas nos llamaban abuela y abuelo, y tanto a mi marido como a mí se nos reían los huesos (a sus abuelos los tenían lejos).

¡Qué sensación más dulce y agradable! La verdad es que hemos ejercido como tales. Les he cambiado muchas veces los pañales, les he dado de comer, las he bañado, y si alguna vez (pocas) han dormido en casa me he levantado varias veces a ver si estaban tapadas.

¡Cuántos cuentos he recordado para ellas! ¡Cuántas canciones de la infancia! Y también, cuánto he disfrutado con sus balbuceos, sus ocurrencias, o cuando me cantan esas canciones en francés que aprenden en el colegio.

Si se sientan en mi regazo, y espontáneamente me dan un beso, es como un regalo, como un premio maravilloso.

Los niños son sinceros, no disimulan, y si tienen un gesto de cariño, es porque así lo sienten.

Al no tener hijos, nunca pensé que iba a poder experimentar todas estas sensaciones, tan confortables, tan bonitas. Me siento de verdad como una abuela orgullosa de tener unas nietas tan preciosas.

¡Qué ojos más hermosos! ¡Qué limpios! ¡Qué llenos de inocencia! Me embobo mirándolos, y no comprendo cómo puede haber desalmados que hagan daño a los niños. Ellos siempre debían ser felices, y eso no quiere decir que se les consienta todo.

Mi marido también las quiere y disfruta con ellas; siempre viene con pegatinas, cromos y cosas de esas que a ellas les gustan.

Es como una cosa buena que nos ha llovido del cielo sin esperarla y da-mos gracias a Dios por tenerla. ¿Se acordarán ellas cuando crezcan de todos estos días felices que han pasado con nosotros? De los cuentos, de las canciones, de los juegos, de tanto amor como les hemos dado... no sé, pero no importa, porque amando a los demás y dándoles lo mejor de uno mismo, también se es feliz.

Sus papás nos están agradecidos porque siempre estamos dispuestos a hacernos cargo de ellas cuando lo necesitan, pero han sido ellos los que nos han hecho a nosotros un hermoso favor y regalo.

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* PARA ELLAS

Yo tengo dos capullos,
rosas tempranas,
que son mis sobrinitas
Cristina y Ana.

¡Qué guapas son!
me han robado
un trocito de corazón.

Todo me lo alborotan
¡Que algarabía!
cambiaron mi tristeza
por alegría.

¡Qué dulces son!
cada besito de ellas
sabe a bombón.

Y las hecho de menos
día tras día,
y me llaman abuela
¡qué maravilla!

¡Qué alegres son!
trocaron mi apatía
por ilusión.

¿No es eso raro,
no es un prodigio?
haber tenido nietas
sin tener hijos.

Son cariñosas,
suavecitas y huelen
como las rosas.

Mas crecerán
y de lo que las quise
se olvidarán,
mas no debe importarme,
es natural.

 

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