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CAÍN Y ABEL
 
Desde que Caín cometió el primer crimen, los hombres no han dejado de matarse. Ha habido épocas terribles de grandes guerras, holocaustos y genocidios, pero creo que nunca ha habido tantos asesinatos entre gente que debería quererse, como hay ahora.

Es terrible que haya muertes entre hermanos, esposos y peor aún cuando es entre padres e hijos, sobre todo cuando los padres matan a los hijos, y más si son pequeños e inocentes. Es algo incomprensible y que llega al alma, pero aunque nos sobrecoja, se nos pasa enseguida la impresión. ¿Es malo esto? No sé, pero si nos durara mucho esta pena que nos causan ciertas noticias, sería difícil vivir.

¿Por qué tanta violencia, tanto odio, tanta ira entre gente de la misma sangre a la que se debería querer?¡Qué dramas, qué problemas existen a veces en las familias! Cuando sucede algo de esto se les pregunta a los vecinos, y dicen que parecía que se llevaban bien, que no creían que hubiera violencia entre ellos... Sólo ellos saben el motivo que les ha conducido a cometer un acto así. Ahora uno está acostumbrado a oír estas cosas, pero hace unos años se conmovía todo un pueblo si sucedía algo de esto. En el Carrascal ocurrió algo así.

Os he hablado a veces del Carrascal, siempre con cariño, pues son todos buenos los recuerdos que tengo de ese lugar tan bucólico, aunque un día hace muchos años -faltaban unos pocos para la guerra civil- se vistió de luto por un hecho macabro que allí ocurrió.
Mi madre era joven, todavía no se había casado y pasaba allí los veranos con sus padres y hermanos. Fue ella quien nos lo contó. Y también nos lo contaba Pascualico el guarda. Para él, acostumbrado a no salir de la sierra fue un acontecimiento difícil de olvidar.

Debió ser por febrero, cuando celebraban en Ayora la fiesta de los toros. Los medieros y sus hijos más jóvenes se fueron al pueblo a pasar esos días, ya que en el campo en esa época había poco que hacer; sólo quedaron en la finca los dos hijos mayores al cuidado del ganado.
Había caído en la sierra una ligera nevada que no impidió que el ganado saliera por los alrededores de la casa a buscar algo de alimento. Lo cuidaba Antonio, el hermano mayor. Pedro, el otro hermano, se quedó en la casa. A media mañana cogió la escopeta y sigilosamente buscó a su hermano, y, por la espalda, le pegó dos tiros.
Después lo arrastró con facilidad por encima de la nieve y lo escondió en un barranco (llamado desde entonces del muerto), tapándolo con piedras. Luego quemó sus cosas junto con la maleta que solía llevar cuando salía de la finca. A sus padres les dijo que se había marchado a Valencia. Lo hacía de vez en cuando, cuando le daba la ventolera.

Pasaron los meses sin noticias del hijo y empezaron a sospechar. Pero como todo apuntaba al otro hijo, no dijeron nada.

Llegó la primavera y a otro de los hermanos que andaba cerca del barranco se le ocurrió lavarse los pies. Llevaba roña de todo el año y hacía un buen día para hacerlo. Vio que asomaba una alborga (calzado hecho totalmente de esparto y que solía llevar la gente más humilde), y la quiso coger para usarla a modo de estropajo para frotarse bien. Al tirar de ella vio que salía una pierna medio corrompida y subió a la casa dando gritos.

No tuvieron más remedio que llamar a la Guardia Civil.
En cuanto hicieron unas pocas pesquisas empezaron a sospechar de Pedro. Él lo negaba todo y la forma que tuvieron de presionarlo para que hablara fue atarlo a una carrasca con el cadáver de su hermano a su lado. Había luna, todo eran claros y sombras.
Su hermano, atado a su lado, le rozaba el brazo. El olor era nauseabundo. Los perros aullaban.
No pudo soportar aquello y confesó.

No estuvo mucho tiempo en la cárcel, pues a los pocos años estalló la guerra y lo soltaron. Nunca volvió al pueblo.

No sé si en la familia supieron el motivo que lo llevó a matar a su hermano. Quizá fuera porque hacía lo que quería y se largaba cuando le daba la gana sin tener en cuenta el trabajo que había y que recaía en los demás. Sus padres nunca le regañaban por nada. Era el “niño bonito”. ¿Celos, envidia? ¿Algún otro motivo?, no lo sé. Un Caín y Abel más.

A las personas ajenas a la familia les parecía que eran dos hermanos normales y sin problemas.

Es muy difícil adivinar las intenciones y saber las causas por las que dos seres entre los que sólo debería haber amor, se convierten en ira y odio.
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SI YO PUDIERA

Qué es lo que puedo hacer
con tantas penas
que aprisionan mi pecho
como una losa,
que atenazan mi alma
con sus cadenas.

No son las mías,
que las mías son pocas
y son pequeñas,
son las de mis hermanos,
son las ajenas,
las que a veces me angustian,
las que me queman.

Si yo tuviera
bálsamo milagroso
que las cubriera...

No tengo nada,
un corazón de carne,
para llorarlas.

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