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Dos estaciones

  Pepi, la vendedora aborigen de prensa y chuches de mi pueblo adoptivo, a la puerta de su quiosco, comentó, dirigiéndose a la advenediza señora con acento francés con la que estaba, si acaso en su París no estaba lloviendo casi siempre. (Léase advenediza, en su acepción de persona venida de fuera, y aborigen como aquella otra de origen local).

Venía la cosa al respecto de la paupérrima llovizna con la que en este final de septiembre nos hemos encontrado, que apenas si llegaba al suelo. La transpirenaica dama sentenció: “no siempre llueve, además allí tenemos cuatro estaciones, no como aquí que se pasa del verano al invierno, y del invierno al verano”. 

Resulta que Alicante “era la casa de la primavera” y ahora sólo tenemos dos estaciones y ninguna de ellas es la suya, ya que se nos ha perdido la de las flores y la de la caída de la hoja, casi como en la canción de Sabina en la que al protagonista le quitan de su calendario de bolsillo nada menos que “el mes de abril”.  

Es probable que con lo del ozono de marras haya cambiado el tiempo atmosférico, que las transiciones estacionales se hayan mitigado, o radicalizado, de tal forma que la gala tenga algo de razón. 

Como las edades. Hasta no hace mucho se hablaba de tres, o mejor dicho de la tercera, para referirse al grupo de personas mayores o jubiladas. Sin embargo, yo nunca supe cuales eran las otras dos, la primera y la segunda. Pues  si hay que clasificar, y establecemos colectivos tales como lactantes, infantes, jóvenes, adultos... son más de tres y más de cuatro. 

Y precisamente se habla ahora de una cuarta edad, aquella que sigue, obviamente, a la tercera, que se ha subdividido –al parecer- en dos, distinguiendo por una parte a aquellos mayores y jubilados jóvenes, activos, que aún disponen de energía para dedicarse a ociosos o cultos menesteres, y, por otra, a aquellos en los que la capacidad física y/o psíquica ha mermado y se muestran más pasivos socialmente. 

Esta desmesurada tendencia a eliminar las transiciones (¿porqué pasar directamente del invierno al verano, o de trabajar ocho o diez horas diarias a no tener que hacerlo ni siquiera una?), esta terminología marquetiniana de segmentarnos en colectivos estancos, asignándonos perfiles sin matices personales, esta globalización que lo mismo tiende a construir estudios para jóvenes que adosados tutelados para personas mayores, claro que en distintos edificios y quizás en diferentes urbas, no nos une sino que nos separa, probablemente, cada vez más, a unos individuos de otros. 

Así que yo, quizás, me baje en la próxima estación.

 

                        toni.gil@ono.com


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