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EL VICIO DE PENSAR

 

Pascual Bosque 

Si los vicios, en general, entrañan graves peligros para sus adictos, el vicio de pensar está, probablemente, entre los de más alto riesgo. Me refiero, claro, a la inclinación a pensar libremente, sin coacción alguna, sobre cualquier cuestión, acontecimiento o idea. Todos sabemos que el término “librepensador” arrastra, desde antiguo, una connotación claramente infamante.

Bien es verdad que por falta de valor o por insuficiencia mental, no han sido dema-siados los que, en cada época, han afrontado los riesgos del vicio de pensar. Apurando con humor el cartesiano “pienso, luego existo”, hoy mismo, en esta época de libertades, constituyen legión los que no alcanzarían la condición de “existentes”. Y es que, dígase lo que se diga, siempre es más cómodo “pensar al dictado”. Oímos a cada momento: “yo, como soy… (de tal partido político o de tal confesión religiosa)… pienso tal cosa sobre tal cuestión. Y ya está, asunto zanjado.

Lo de la religión y la política viene muy a cuento porque son, seguramente, los principales agentes dramáticos en esta función del pensar a lo largo de la Historia. Íntimamen te ligado a ellos está el pensamiento filosófi-co, pero su esencia investigadora, de búsque-da, implica ya una independencia y hasta un estímulo para la libre especulación. Lo mismo pasa con la ciencia. Por supuesto que la reli-gión y la política han intervenido constante-mente en la marcha de la filosofía y de la ciencia, intentando, muchas veces inútilmente, condicionar su evolución. Ahí están los Miguel Servet o los Giordano Bruno, como ejemplos entresacados a propósito de las listas demasiado largas de “antiguos” que pagaron en la hoguera su pensamiento heterodoxo. Porque de los “modernos” que siguieron sus huellas en el paredón no quiero aportar nom-bre alguno, los hay de todos los colores, ten-dencias y creencias, y de todos los estamentos socioculturales, que para sustentar criterios libremente allegados no hace falta ser doctor en nada.

parte de sus presupuestos a la propaganda, que no es otra cosa que procurar que los que son afines a otros grupos, dejen de serlo y se pasen al propio. Pero los que “se pasan” son, o así se les considera, apóstatas, tránsfugas y hasta traidores. O sea, que el proselitismo de los “bienpensantes”, que  abominan (por algo son bienpensantes) de los apóstatas, tránsfugas y traidores, tiene la única y exclusiva finalidad de hacer apóstatas, tránsfugas y traidores. Misterios de este mundo en el que tanto cuesta pensar, y consiguientemente evolucionar en el pensamiento sin guías interesados. Igual si piensas sobre cosas de tejas arriba que si lo intentas sobre cuestiones de tejas abajo.

Y es que el vicio este de pensar, además de peligroso es arduo. Todo y todos se lo ponen muy difícil al que padece esta rara inclinación, como hemos visto: asechanzas que apuntan incluso a la integridad física, duros problemas sociales y, por si fuera poco, la amenaza de repercusiones en el más allá. Librepensador,  “vade retro”. Lo  que  pasa  es

 

Siempre ha sido peligroso pensar por libre. Hoy también. Galileo se doblegó por temor a la Inquisición, pero ahora existen otras inquisiciones menos cruentas, aunque asimismo efectivas. Está la condena a los ghettos sociales: “tú eres… (rojo, fascista, carca, ateo)… y por tanto quedas excluido de nuestro trato. No eres de los nuestros”. O lo contrario, que no sé si es mejor: “me caes bien por tus tendencias sociatas, del pepé o porque vas a misa, o porque no vas”. Y está la “conciencia” personal, que a muchos les amarga la vida recriminándoles su sinceridad a la hora de pensar sobre algo. Muy sinceros fueron, sin duda, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, y por ello sufrieron cárcel y persecución por sus propios superiores. Yo  agradezco  su  costosa  sinceridad  de entonces

 

 

porque ahora me han proporcionado muy grandes goces aquellos escritos de tanta sabi-duría y belleza, tan neciamente cuestionados.Curiosamente todas las agrupaciones sociales, del matiz  que sean, dedican la mayor

 al final, después de pensar libremente sobre todo esto, uno se pregunta si realmente puede darse alguna vez el pensamiento total-mente libre de compulsiones, atavismos y con- dicionamientos culturales. Y uno, que preten-de ser honesto consigo mismo, se contesta que prácticamente lo ve casi imposible. Lo que sí veo como muy probable es que haya personas con disposición de ánimo hacia un pensar ecuánime, y con valor para defender tal actitud si ésta implicara algún riesgo. Veo posible el rechazo de todo cerrilismo doctrinario, el no pensar “al dictado” por ser “de estos” o “de aquellos”. Veo asimismo posible que en algunos se dé el suficiente discernimiento para comprender cuándo su pensamiento, su opinión, su criterio, les viene dado, les viene impuesto por otros, sean los que sean. Todo eso sí que lo veo posible. Y hasta es también posible que quienes sean capaces de pensar así, lo sean igualmente de poner en su empeño un corazón generoso y una inalterable buena voluntad. Y esos que serían, de verdad, “los míos”.

 

 

 

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