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DIVAGACION SOBRE LA POBREZA

 

José Miguel Quiles Guijarro

 

En la película “Plácido” (Berlanga, gracia e ironía), las familias acomodadas invitan el día de Nochebuena a un pobre a cenar en casa. Una de las señoras acomodadas llama por teléfono a otra y le pregunta: “Oye, dime… ¿cómo es tu pobre?” Y es que nuestro país ha sido verdaderamente “rico” y variado en pobres. No tanto por la pobreza en sí co-mo por la forma de afrontarla. Los pobres de hoy ya no son pintorescos como los de antes; aquellos po-bres de los años cincuenta desaparecieron como de-sapareció el limpiabotas, el afilador, la criada de pe-rejil y olor a sobacada, las bamberas, etc… La clasi-ficación que economistas y sociólogos hacen de la po-breza se detiene en cifras, no tiene en cuenta las pro- fundas razones psicológicas de cada pobre. A saber:

- Indigentes totales. En los años cincuenta se senta-ban en el portal de Auxilio Social -junto al mercado- con un bote entre las manos, esperando la comida diaria. Eran pobres sin remisión. Pobres medievales. Pobres con moscas. Recuerdo de uno, tuerto, que se llamaba Marchena. Con unas copas de aguardiente hacía compás con las palmas y cantaba fandangos. Marchena era como el Jazz, primero imponía por su aspecto, pero después te iba entrando poco a poco.

- Pobres “revolucionarios”. Residuos impenitentes de la República. Se pasaban el día con la oreja aplica da a “Radio España Independiente”, no moverían un dedo por salir de la pobreza, la guerra los había colocado allí y la guerra debía de restituirlos, tenían la esperanza de hacerlo todos en masa,  puño en alto. Sabían donde estaba el capital y donde tenían que aplicar la antorcha. Desaparecieron con la democra- cia. El tiempo y “La Pasionaria” les hicieron un corte de mangas.  Siguieron pobres y además viejos.

- Pobres “snobs”. Curiosa y españolísima forma de la pobreza. Descendientes de familias acomodadas que por su mediocridad y poca suerte en la vida habían caído en la indigencia. Se hubieran dejado matar antes de que nadie les llamara “pobre”. Vivían en la estrechez más espartana pero de puertas hacia afuera hacían como podían una última pirueta para no deslizarse al fondo de la plebeyez. Vivían prendidos a la “hidalguía” de sus ascendientes. Antes la muerte que la pobreza.

- Pobres románticos. Bohemios, vagabundos, poetas, filósofos, músicos ambulantes, mercachifles, existencialistas,  soñadores,  borrachines,   actores… no entendían la pobreza medida en unidades monetarias, no estaban enlazados con el mundo por el nudo de la propiedad y por eso se sentían los auténticos usufructuarios de los caminos, de las ciudades, de los paisajes, de la ginebra con soda, de las playas… gastaban lo que tenían y entendían el tiempo como una oportunidad de conseguir la

 

felicidad,  cada cual a su manera.  Un filosofo jamás diría: “he desayunado poco…” El filósofo pensaría “… en la servidumbre que la naturaleza nos obliga a rendirle al consumismo…”

- “Dandys” pobres. De la escuela de Oscar Wilde (“He vivido por encima de mis posibilidades”) No veían la diferencia entre un patrimonio en números negros o uno en números rojos. Una simple cuestión de matices cromáticos. Entendían la vida como una copa de champañ que hay que beber sorbo a sorbo. Vivían de los padres hasta que podían llegar a vivir de los hijos. No eran abundantes en nuestro país.

- Ricos en bancarrota. Un rico de buena raza no dejaba de serlo por no tener un céntimo,  ni esperaba recuperarse con el trabajo y el ahorro. La pobreza era un status social pero también  una flaqueza de ánimo. Cuando una empresa entra en pérdidas, no por eso se suprime el generoso salario del Director General, ni el banquete navideño.  La diferencia prin- cipal entre un rico y un pobre pudiera estar ¿porqué no? …en la raya del pantalón de cada uno, signo ine-quívoco de un talante  diferenciado ante los aconteci-mientos vitales. Antropológicamente eran los ejempla res más interesantes. Este tipo de pobres se veía más en las clases sociales altas. Estaban siempre al filo del delito y algunos dentro de él. No omitiré el caso de aquel pobre de familia “bien” que buscaba en los con-tenedores, disponiendo previamente unos guantes finos en sus manos,  secuela de una educación recibi-da en la infancia contra la que no habían podido las adversidades de la vida. Ni de aquel noble – Don J. de Mora - que iba en “seiscientos” y con chófer.

Actualmente solo hay dos tipos de pobres. Los pobres a mogollón. Los que pagan la hipoteca. Suelen tener el ánimo conformista, en consonancia con sus haberes. La sociedad los valora poco. Decir “soy un honesto trabajador” es muy loable, pero es como decir “tengo el colesterol alto”. Una vulgaridad. Nadie te hace caso. Lo peor es que no hay poesía, ni genialidad en este tipo de pobreza, son currantes de fiambrera y fútbol, costaleros del sistema, esclavos del reloj, exentos de fantasía. La falta de dinero les deriva hacia una rutina y debilidad de espíritu. Es muy difícil que un trabajador de “salario mínimo” y con una hipoteca haya leído a Marcel Proust, toque el clarinete o practique la hidroterapia o el Tai-chí. Hay esparcimientos del ánimo que necesitan primero pasar por la cesta de la compra.

Y un segundo grupo, el más desfavorecido, y que han traído los tiempos, vienen del sur, son esas tallas altas y esbeltas de chocolate y chilaba “barato, barato”… todos cortados por el mismo patrón. Se mantienen con el excedente económico de la población, con la espuma de cerveza.

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