SALVADOR RUEDA Y ALICANTE
Vicente Ramos
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Pocos poetas foráneos se han sentido tan enamorados de Alicante como el malagueño Salvador Rueda, nacido en Benaque en 1861. El alicantinismo brotó en su sensibilidad al escuchar las encendidas palabras de Gabriel Miró durante la primera entrevista que ambos sostuvieron en casa de Felipe Trigo, en Madrid, a mediados de febrero de 1908.
Glosando aquella primera conversación, confesó Rueda: “Nunca agradeceré bastante a la diosa casualidad haber tenido el honor de conocer en Madrid (...) a Gabriel Miró”, y, en otra ocasión , añadió: “A instancias de un gran espíritu, el de Gabriel Miró, pluma toda alma y luz, me decidí a conocer Alicante, que hoy es uno de los cultos religiosos de mi corazón.”
En una translúcida mañana abrileña de aquel año, el gran poeta modernista contempló por vez primera nuestra ciudad -¡cuánto azul! – y al día siguiente, por iniciativa del ingeniero Antonio Sanchis, el visitante quedó instalado en Tabarca.
La isla, que, según Miró, “siempre tiene un misterio azul de distancia como hecha de humo”, en- cantó al escritor malagueño, quien la imaginó con forma de guitarra habitada por admirables belda-des femeninas, “todas ondeantes, flexibles, ágiles, de gracia al andar y adorablemente bellas al reir”.
Los alicantinos –recordemos a Eduardo Irles, Gabriel Miró, Francisco Figueras Pacheco, Julio Bernácer, Oscar Esplá, etc.- agasajaban y elogiaban al poeta, de quien Juan Ramón Jiménez había dicho que era “el maestro, el paladín de la joven juventud”.
En Tabarca escribió el libro Zumbidos de caracol y varios poemas alicantinistas como los titulados La ciudad de las palmeras, El regazo de Alicante y El viaducto de Alcoy, población ésta que conoció acompañado de Miró.
Rueda se enamora de nuestra provincia, “donde Dios se ha caído de cara”; bautiza a Tabarca “isla de los poetas” y desea poseer en ella “un hotelito minúsculo, en que encerrar mi taller de poeta y estar mirando siempre a Alicante”.
A instancia del “Diario de Alicante”, dirigido por Emilio Costa, los ediles otorgaron – 26 de junio de 1908- al poeta el título de Hijo Adoptivo de Alicante.
Dos días después y en la huerta alicantina se le rindió un caluroso homenaje, a cuyo término el autor de Años y leguas leyó el soneto Al Excelentísimo Concejo alicantino al nombrarme Hijo Adoptivo de la Ciudad, prueba de la gratitud de Rueda:
Las manos que grabaron la escritura
de mi nombre en tu escudo de hidalguía
las unja el cielo en óleo de alegría
y las ciña de excelsa investidura.
Los labios que aclamaron con ternura
que yo pueda nombrarte Madre mía
los bese Dios con beso de armonía
y los vuelva panales de hermosura.
Sobre el blancor de tu Evangelio santo,
juro quemar mi vida con mi canto
y arder como una lámpara armoniosa.
Deja que hecho resinas te embalsame,
y en un coro de lenguas te proclame
Señora, Musa, Reina, Madre y Diosa.
Salvador Rueda falleció en Málaga en 1933.
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