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MÁS PRONTO O MÁS TARDE, SEREMOS PERFECTOS

 

Mira por donde, mi costumbre de elegir temas controvertidos con los que suelo llenar un folio al mes para este bendito boletín me lleva de coronilla ya tres números seguidos. Empecé con aquello que leí en La Sabiduría Antigua: “Cuando innumerables pájaros han muerto victimas de las aves de rapiña, los polluelos acabados de salir del huevo se encogen al aproximarse uno de los hereditarios enemigos”. Me intrigaba saber cómo aquellos polluelos habían aprendido de la última experiencia de sus padres sin llegar a conocerlos. Y la explicación muy resumida que me atrevo a dar de mi lectura es que cada mónada (alma de un grupo) se encarna continuamente y almacena dentro de sí todos los resultados obtenidos en las formas que ha animado, todo lo cual acaba redundando en beneficio de las que animará posteriormente como poderes despiertos.

 

Ahora bien, todas las formas no evolucionan al mismo ritmo, y se aíslan en “submónadas” si se me permite la expresión, parecidas en sus principales características, pero diferentes en los detalles, si bien continúan el proceso con el aumento constante del poder de respuesta de las primeras, de suerte que cada submónada es vida animadora de un grupo más reducido en número de formas. De modo que, el número siempre decreciente de formas animadas por un alma monádica de grupo llega finalmente a la unidad.

 

Con todo esto, se me ocurre pensar que uno podría no haber alcanzado todavía ese punto, lo cual significaría que, en vez de tener un alma –como podía esperar–, continuara siendo una más de las formas grupales encarnadas por almas monádicas, todavía camino de la individuación. En cualquier caso, el alma es lo que anima, lo que da vida a una forma material, el cuerpo humano. Y puesto que estamos vivos, somos alma y cuerpo. Claro que el cuerpo desaparecerá; en cambio, como el alma fue creada espiritual e inmortal, perdurará. Por lo tanto, parece que al menos espiritualmente seguiremos existiendo, que no es poco.

 

Lo que parece claro es que así, o de otra manera, la reencarnación es necesaria para el desenvolvimiento de las facultades, potencias y cualidades del alma, que no es posible lograr en la relativa brevedad de una vida terrena. O ¿es que hay alguien que no borraría algo de su pasado si pudiese? Se trata, pues, de un camino de perfección que no podría existir sin pasado. Perfeccionarse implica prosecución, progresión, avanzar, mejorar, llevar adelante lo ya iniciado. No me importaría por tanto identificarme con un alma monádica si tal conciencia llegaba a ayudarme, ya que no supondría empezar de nuevo ni volver atrás para purificarme. No hablo, pues, de la metensicosis, esa patraña de la transmigración de las almas (creer que el alma humana transmigra a cuerpos de animales y reencarna en perros, gatos, caballos, cerdos, etc.). Hablo de otra percepción como preliminar esencial para pensar mejor:

 

Así que “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”, recomendación de Jesús a sus discípulos (san Mateo, 5,48).

                                                                                              Matías Mengual

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