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EL  PIRLA”

 

José Miguel Quiles

 

 

Sebastián Martí “El Pirla” era, con diferencia, el mejor camarero de la ciudad en los años setenta. Nadie como él supo dar verdadera categoría al oficio de la hostelería, un smoking llevado con naturalidad, una camisa blanca reluciente,  una pajarita simétrica y perfecta. Atendía a los clientes con respeto pero sin concesión alguna a la adulación. Solía situarse ante las mesas como de medio lado, como dando un perfil, sonreía… ¿Que tomarán los señores…? ginebra, ¿Larios, Gordons, Bifiterss?, ¿whisqui?...¿prefiere el señor Jota-be, Balantains, Uait-Jorse…? perfecto, caballero, muy bien, al momento.

La Cafetería de Las Vegas era entonces como el centro social de la Comunidad Valenciana, (¡que digo!, para mí era el centro de la Comunidad Europea) Sobre la muchedumbre, en una rara pirueta de malabarismo avanzaba la bandeja del Pirla en un perfecto equilibrio circense. Botellas, vasos, hielos, servilletas… luego, con precisión, soltaba como fichas de croupier los posa-vasos delante de cada cliente, depositaba los vasos con un certero y aristocrático movimiento, escanciaba el licor, abocaba generosamente el agua tónica, burbujeante,  flotaban los hielos, servía el whisqui en un chorrito largo y reposado, y al final dejaba el platito de la cuenta discretamente sobre un extremo. Nueva sonrisa, ¿algo más desean los señores? Todo digno de una correcta elegancia británica. Servidor de Vdes. Esto solo lo hacía y lo decía “El Pirla”.

 

Para los clientes habituales el trato todavía era más estrecho, más cálido. Pirla, por favor, un caballo-blanco… Caballo blanco para el señor, marchando…. Cuando venía a la mesa decía alguna complicidad reservada solo a los amigos… “Olivella ha marcado, desde fuera del área..” Era todo un profesional de los recintos invadidos por el humo, del meollo social, de los lugares atestados de gente, de los templos del ligue y la confidencia, se movía en el bullicio como un pez dentro de una pecera, tenía piel y alma de camarero.

            Y sin embargo, al verlo esta mañana he despedazado el recuerdo: la mirada era más opaca y tristona, la piel más blanca y más flácida, le temblaba una papadita colgona de pavo, los pantalones caían sobre los zapatos como un sacacorchos sobre el tapón…

     -   Pirla, coño… ¡qué bien te veo!… (¿qué iba a decirle?) ¿Cómo te va la cosa?

     - ¡Bien..! uno se va defendiendo…¡Qué tiempos aquellos de Las Vegas, no podía uno ni echar un “meo”…! pero ahora no me quejo, bien, vengo de hacer unos caracoles, los engaño muy bien y como soy de la profesión los vendo a un amigo que tiene un bar en San Juan… Me quedó una pensión flojita  pero  como  llevo  cincuenta  años en la profesión se acuerdan de mi:

 “Pirla, ven que tengo una comunión” o “Pirla  que tengo una comida de  empresa…” o “Pirla, échame  una mano en la cocina…” siempre hay algo, me voy ayudando,  me defiendo… tengo a los hijos casados… y mi mujer, la chica,  que tiene una pensión de esas ¿no contributivas se llaman…? tiene un par de “escaleritas” (me figuro que serían “escaleritas” para limpiar) y luego que a veces hago algo de cocina…

-          ¿De cocina tú? ¿Y eso…? - me dejo sorprender y le admiro…

-          ¡Huy…! yo engaño a los caracoles como nadie, ¿yo? yo hago unos boquerones en vinagre que flipas… pero lo mío es el cous-cous… hago un cous-cous.. que, está feo el decirlo, pero no hay en Alicante cous-cous como el mío…

Un mal sabor de boca, entre aquel anciano que tenía delante con la bolsa de caracoles colgando de una mano y el recuerdo del Pirla con su smoking señorial en las Vegas -¿Jota-be, Uait-Jorse?-, mediaba un espacio muy cruel de tiempo y de decadencia juntos. Los recuerdos gratos  vienen a ser como el traje de novia, es mejor que quede colgado para siempre en un extremo del armario, si se saca y se prueba se destruye la imagen del pasado, se pierde el esplendor en la hierba. Remover el tiempo vivido es como tentar a la melancolía.

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