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Francisco Guardiola Soler

UNA BREVE VISITA A LA CIUDAD DE FILADELFIA


     Hace aproximadamente nueve años, mi esposa, mi hijo José Luis y el que escribe estas líneas visitamos la costa atlántica de los Estados Unidos. En Nueva York aún estaban en pie las Torres Gemelas que malogró Bin Laden.

     Visitamos entre otras capitales Filadelfia, en Pensilvania, ciudad que nos ilusionaba conocer: cuenta con trescientos años de antigüedad y compendia una parte primordial del nacimiento de los Estados Unidos, es la cuna de la independencia americana.

     No pretendo en este corto artículo hacer una guía de viaje, solamente trato de hacer llegar al ánimo del lector las emociones que se sienten al pisar el enclave de la libertad y la democracia americana.

     Paseamos recreándonos por Elfreth’s Alley, lo más destacado de la zona peatonal de Filadelfia, como en otros tiempos lo hicieran Jorge Washington y otros ilustres ciudadanos  que forjaron la naciente democracia de este interesante país, antiguos ciudadanos de aquellas colonias inglesas que dieron su sangre por la independencia. Estábamos en el corazón de la ciudad: Hall Nacional Park, la milla cuadrada más famosa de Filadelfia. Allí, en 1776, en el palacio Independence Hall, el Congreso americano firmó la declaración de independencia y sonó la Liberty Bell (la campana de la libertad).

     Todos los que participamos de sentimientos democráticos disfrutamos al pisar esos lugares. Hoy ya son muchos los países democráticos en el mundo que participan de dicho sistema, aunque con diversos matices.

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     No he pretendido con este escrito más que hacer un canto a la democracia; como español me reafirmo y me congratulo por nuestro sistema de gobierno. Creo que no se ha inventado otro sistema que lo mejore.

     Tengo que confesar que visitando Estados Unidos deseábamos volver a Europa para comer mejor. Claro que también se puede comer allí a la europea, pero con el consiguiente sobresalto al pagar la factura. Mas no solo de pan vive el hombre.

 

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