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MILEGO Y ALICANTE


Vicente Ramos 

     Entre los primeros paladines del alicantinismo como sentimiento de amor se encuentra el poeta José Mariano Milego Inglada, nacido en nuestra capital en 1859 y  fallecido en Barcelona en 1935.

     Toda su obra lírica evidencia una naturaleza neorromántica, debida tal vez a las influencias estéticas que sobre él ejercieron sus paisanos Alejandro Harmsen García y Juan Vila y Blanco, el  Milton alicantino, y la serie de desgracias familiares que afligieron para siempre su vida, en especial, la muerte de su esposa, Teresa Craywinckel Guillem, a cuya memoria ofrendó sus mejores y continuos poemas.

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     Catedrático de Legislación Mercantil en Escuelas de Comercio desde 1897, sus obligadas estancias en Cádiz, Valencia y Barcelona avivaron la llama de su hondo fuego alicantino que Miguel Llorente Marbeuf calificó de frenesí, sentimiento que alcanzó su mayor intensidad dentro del clima de afanes regionalistas, nacido y extendido tras el desastre nacional de 1898.

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     Fue entonces cuando Milego, desde Barcelona, patentizó su más íntimo júbilo de ser hijo fiel y entusiasta de la terreta: “Yo siento legítimo orgullo –así escribió- cuando, algunas veces, en mis debates regionalistas –que, por acá, en tierra catalana, suelen promover ardimientos-, alguien llega a señalar como exagerado mi alicantinismo”.

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     Y argumentaba: “¿Exagerado, porque no hallo igual en el mundo para el paseo de la Explanada? (...) ¿Exagerado, porque las danzas de Alicante me embelesan y sus porrates me cautivan y sus tradiciones familiares me encantan?”

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     No sólo la ciudad y las costumbres de su pueblo enardecían el corazón del poeta, sino también el retrato moral de sus paisanos era objeto de sus predilecciones y satisfacciones: “¿Exagerado, porque siento íntima complacencia (...) cuando oigo alabanzas (...) dedicadas al buen trato, cordialidad y expansivo carácter de  los alicantinos por todos cuantos han sido huéspedes bien aceptados en esta tierra privilegiada, donde la tolerancia, el respeto y el cariño para los extraños son base firmísima para la vida social, libre de vulneraciones execrables?”

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     Sobre estas ideas de honda liberalidad y recto sentido democrático  en la concepción de las relaciones sociales han fundado en todo momento los hijos de esta tierra queridísima su más sincera y preciada gloria.

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     “Pues, motéjenme –afirmaba Milego- cuanto quieran los que tildan como exagerado mi alicantinismo”.

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