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Manuel Gisbert Orozco

 

VIAJE A LA SERRANÍA DE CUENCA
O LA RUTA DEL COLESTEROL

(por Manuel Gisbert Orozco)


     Estos viajes deberíamos hacerlos más a menudo, por lo menos cuatro veces al año. Seguro que nuestro cardiólogo o endocrino nos lo agradecería en la próxima visita que le hagamos. Fifty-fifty, como dicen los británicos, mitad cultura y mitad naturaleza. Los paseos por el campo son más saludables que los de la ciudad. Y no lo digo por la contaminación, tanto acústica como atmosférica; sino porque una vez concluido aquél y mientras esperamos al autobús no tenemos a mano una terraza en donde poder zamparnos media pinta de cerveza y una ración doble de calamares que nos harían recuperar los trescientos gramos de michelines que previamente habíamos perdido.

 

     Esto es lo que yo pensaba que iba a ocurrir, pero he despertado del sueño y cuando he llegado a casa y me he pesado, resulta que en vez de bajar tres kilos he aumentado cuatro. Mi gozo en un pozo. He hecho las rutas del agua, las del vino, la de los molinos e incluso en este viaje, un día, hicimos la de los pantanos; pero en conjunto he de reconocer que la única ruta que hemos hecho es la  del colesterol. Madre mía la cantidad de grasas que hemos comido. Yo no sé si han sido saturadas, insaturadas, monoinsaturadas o poliinsaturadas, pero puedo jurarles que no eran de origen vegetal y sí animal.

 

     La comida ha sido extraordinaria. Ideal para labradores y leñadores que estén dándole al callo de sol a sol; pero para nosotros, pobres mortales únicamente acostumbrados a practicar el “sillonbol” resulta excesivo. A los que tengan ácido úrico o colesterol les aconsejo que traigan doble ración de pastillitas.

 

     El hotel es pequeño pero acogedor. Como solo tiene veinticinco habitaciones los Jubicanos lo ocupamos al completo. El único pero que ponerle, es la falta de un bidet en el cuarto de baño.

 

     Pero dejemos los Cerros de Úbeda y marchemos por la Serranía de Cuenca, que es adonde hemos ido.

 

     El segundo día fuimos a contemplar el nacimiento del río Cuervo, lugar paradisíaco si cabe y con el aliciente de que gran parte del recorrido estaba todavía cubierto por la nieve. Durante el trayecto en el autobús vimos buitres, corderos perdidos del rebaño, ardillas, ciervos, e incluso una vaca y su ternero, situados en el centro de la calzada, que aunque no eran sagrados, obligaron al chófer a detener el autobús como si estuviésemos en la India.

 

     Durante el tercer día realizamos la ruta de los pantanos. Nos pasamos toda la mañana montados en el autobús y cuando parábamos era para cambiarle el agua al canario, echar un vistazo rápido y volver a subir otra vez.

 

     Cuando paramos en el embalse de Bolarque, nos instalamos todos en el bar del club social del lugar.  Finalmente  tuvimos que desalojar a todo el personal a la fuerza pues nadie quería mover el culo para ascender los casi cien metros de desnivel que hay hasta lo alto de la presa. Durante el ascenso pudimos practicar nuestra afición  micológica y malacológica.

 

     Por la tarde, sin poder practicar el arte de Morfeo y con la digestión a medio hacer, nos embarcan de nuevo en el autobús. Nueve de nuestros compañeros, sin duda los más listos, hicieron pala sospechando lo que les venía encima.

 

     Durante más de una hora nos llevaron por un camino de cabras de donde era imposible regresar, a pesar de las continuas peticiones del  personal, sencillamente porque el autobús no podía dar la vuelta. El guía, que con toda seguridad nos había tendido una celada, nos martirizaba con sus continuas explicaciones hasta que el chófer aprovechó el más mínimo resquicio para dar la vuelta  e iniciar el regreso sin siquiera parar. Lógicamente no vimos el nacimiento del Río Escabas, que era a lo que íbamos, ni por supuesto a la madre que lo parió, pero eso era lo de menos.

 

     Como nadie le hacía caso al guía, el interfecto cambió de táctica para evitar los abucheos del personal y comenzó a contar chistes malos. Menos mal que estaba Ernesto entre nosotros y, rememorando viejos tiempos, hizo que casi nos mearamos de risa con su serie de chistes. Cuando llevábamos dos horas de viaje las necesidades fisiológicas eran insufribles y contábamos los kms.  que nos quedaban para llegar al hotel y poder desembarazarnos de la pesada carga. Seguramente el guía quiso vengarse, pues pasó de largo por Priego con la excusa de enseñarnos la Gran Cascada. Menos mal que estaba cerca, porque cuando paramos no quedó arbusto, árbol o seto donde no hubiese nadie desahogándose.

 

     Por la noche disfrutamos de una cena a base de platos típicos, que no eran más que una ración doble de colesterol, y baile. Cuando sonaron los primeros sones hubo desbandada general. Los hombres, con la excusa de comprar la lotería que nos habían prometido, se fueron a ver como perdía el Madrid contra la Juventud, y las señoras, a falta de algo mejor, organizaron una gran timba. De baile nada.

 

     El cuarto día fue el del regreso. No hubo mucha pena, esa es la verdad. El que más y el que menos quería regresar pronto a casa para meterse en la sauna o iniciar una cura de adelgazamiento. La visita a Cuenca nos deparó una grata sorpresa. Conocer a Guillermito el cachondo, un auténtico showman que actuó como guía. En vez de mostrarnos las virtudes de la ciudad, como no las tiene, nos mostró sus carencias y defectos; pero con tanta gracia que hace que te resulte atractiva.

 

     Espero que los otros grupos hayan tenido la suerte de contar con sus servicios, y para los que no han venido eso es lo que se han perdido. Detallar o contar cada una de sus paridas no tienen cabida en esta crónica, entre otras cosas porque no serían lo mismo.

 

     Solo me queda decir que el viaje resultó perfecto, sin ninguna incidencia y que disfrutamos de un autobús de cinco estrellas pero con el defecto del que adolecen todos: tener las filas de asientos demasiado juntas. Algunos autobuses, cuando no se completan como en el caso que nos ocupa, permiten eliminar una o dos filas de asientos para dejar los restantes más holgados. Que tome note quien corresponda.

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