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UNAMUNO, ANTE EL IFACH
(por Vicente Ramos)

Vicente Ramos


     Enero de 1932. En la mañana del día 15 y en su primer viaje oficial como Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora llegó a la ciudad de Alicante. Se alojó en el palacio provincial, donde inauguró el museo arqueológico, y al día siguiente se trasladó a Elda para presidir el acto de colocación de la primera piedra del monumento a Castelar.

 

     La inauguración de este monumento, obra de Florentino del Pilar, se festejó con toda solemnidad el 7 de septiembre de dicho año, celebrándose un certamen literario, cuyo mantenedor fue Miguel de Unamuno, quien, en su discurso, glosó genialmente el libro Recuerdos de Elda del propio Castelar.

 

     Entre ambos acontecimientos, el autor de La agonía del cristianismo volvió a visitar tierras alicantinas, legándonos el precioso testimonio de su artículo Soñando el Peñón de Ifac que publicó en el diario madrileño Ahora del 24 de abril.

 

Miguel de Unamuno     Sumido tanto en la profunda belleza del paisaje como en el clima lírico del Años y leguas mironiano, el gran pensador traza las líneas esenciales de una metafísica alicantina, partiendo de la “eternidad parada”, que tal supone y proclama el deslumbrante Peñón. “Para aquella gente –dice- no parece haber ni anteayer ni pasado mañana, sino un hoy perpetuo en que se funden, como en acorde, el ayer y el mañana inmediatos. Siempre es ahora. Y no es que por allí han pasado, sino que allí se han quedado, como capas de terreno anímico, varias civilizaciones”.

 

     Y añade lógica y hasta ontológicamente que, “sobre ese peñón repujado entre mar y cielo, estaría en su lugar el busto de Elche, “allí, con sus rodetes, mirando al mar de Oriente (...) ¡El busto de Elche sobre el peñón de Ifac, cara al sol marino! Y no resultaría desatinado el que se le llegase a ocurrir a algún escultor -o siquiera pintor- representar crucificado en una cruz svástica, barroca, en una cruz solar, clavado al sol, a un Cristo lampiño -así lo pintó Goya-, desnudo del todo y tocado de barretina de Levante, de gorro frigio.”

 

     De esta guisa, la historia se cuajaría “mística y aun misteriosamente en una visión de quietud y de plenitud, de sosiego y de anchura”, pues aquí “todo se hace tradición y antigüedad”.

 

     Luego vendrá el gozar la intrahistoria alicantina, desvelada, rendida por la fuerza del amor ardiente de aquel que muere “porque no muere en su tierra, por su tierra y para su tierra”, impulso de tan honda raigambre espiritual que hizo penetrar a Unamuno en la “España celeste”, según su concepción teológica de la Historia.

 

     Con tal amor y a la luz de esa llama teográfica más que teológica, vio don Miguel las místicas nupcias del Ifach con la Dama, esencia y símbolo del paisaje alicantino.

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