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¿QUÉ PODRÁ SER?

(por Matías Mengual)

Matías Mengual


     No sé cómo nombrarlo, pero necesito referirme a un “Algo” que percibo extrasensorialmente, no con mis sentidos: parece una voz interior. De pequeño, mis padres intentaron hacerme comprender que aquella “vocecita” era la de mi conciencia, y también, probablemente antes, pudieron decirme que era la de mi Ángel de la Guarda. Seguro que a Éste, mi admirado Guardián, tuve que agradecerle, calladamente y en más de una ocasión, el haberme sacado indemne de algún que otro peligro; y en cuanto a la conciencia, sólo recuerdo que la imaginaba situada en el área del plexo solar, pues de ahí me parecía provenir la vocecita que me especificaba por qué estaban mal algunas de mis travesuras.

 

     Después de mi infancia, vendría un lapso del que no recuerdo nada significativo en torno al tema de hoy. Sí recuerdo que, ya con cuarenta años cumplidos, empecé a diferenciar lo que me dictaba el Ego, de lo que me decía la Voz. Por aquel entonces, leía con fervor a Gurdjieff, y a Nicoll, y a Ouspensky… y a cuantos incidían sobre el mismo tema: Me interesaba la teoría de los muchos “yoes” que hablan en cada persona hasta el punto de ejercitarme, calladamente, en reconocer en mí la actuación de los mismos “yoes” que “veía” actuar en los demás cuando aparentábamos ser lo que no éramos, y llegó el momento en que aquella bondadosa Voz me previno de lo pérfido que resultaría creerme especial si me comparaba con los demás.

 

     Alguna razón habría para que la Voz me dijese tal cosa, pero no la especificó. Y lo primero que se me ocurre es que los buenos Maestros no hacen hincapié en lo que tienes que evitar, sino en lo que tienes que aprender. Una simple afirmación como, por ejemplo, “¡Haz sólo esto!” es perfectamente inequívoca y muy fácil de entender y recordar. Aunque lo esencial para mí es que, aun suponiendo que puedo haber olvidado algún tipo de comparación personal de aquel entonces, no logro recordar haberme comparado nunca, concretamente, por creerme superior a nadie. Insisto en este detalle para destacar que la Voz me advertía de algo que podía ocurrir; no era admonitoria, no me reconvenía. Esa voz no procedía de mí. No podía ser la voz de mi Ego, que conozco de sobra. De ahí que mis apreciaciones al respecto constituyan la causa impulsiva de estas líneas, convencido como estoy de que ciertas ideas son fuerzas poderosísimas que deben ponerse en práctica, máxime, cuando nos han dado pruebas suficientes para depositar nuestra fe en ellas.

 

     Veo, pues, llegado el momento de tomar partido. En la mente puede ocurrir algo parecido a lo que vemos que ocurre fuera: Normalmente nos identificamos con nuestro propio sistema de pensamiento, que se centra en lo que uno cree ser. Pero cuando otra persona no comparte nuestro sistema de pensamiento, la vemos como antagonista, y de ella desconfiamos. Pues bien, si en mi mente moran dos sistemas de pensamiento antagónicos, opuestos, mientras yo procure entenderme con ambos, en mi mente habrá caos. En cambio, si dejo de prestarle atención a uno de ellos, actuaré cada vez con mayor convicción al mismo tiempo que el sistema desoído se va debilitando, y el otro se vigoriza. Por lo tanto, la manera de escapar del conflicto que surge de dos sistemas de pensamiento que se oponen entre sí consiste claramente en escoger uno y abandonar el otro. Si el núcleo del sistema escogido es cierto, lo único que puede extenderse desde él es la verdad; pero si lo que se encuentra allí es una mentira, lo único que puede proceder de él son engaños.

 

     Ojo, pues, en escoger con acierto. En mi caso, no siempre advierto la habilidad engañosa del Ego para persuadirme de que debo obrar conforme a mi propio entendimiento, cuando es sabido que sólo la mente puede errar. El cuerpo, no. El cuerpo sólo puede actuar equivocadamente cuando está respondiendo a un pensamiento falso. Sabido es que el Ego es creación personal de cada cual, y que nuestros pensamientos, a la hora de tomar decisiones, también son nuestros. Tiene sentido, pues, que el Ego se defienda y que intente infundirnos algún tipo de temor si se ve en apuros, especialmente, a partir del momento en que el otro sistema de pensamiento contempla la posibilidad de que la Voz sea una de las maneras en que se nos revela el Espíritu Santo.

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