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Antonio Aura Ivorra

     NAVIDAD 2008     

(por Antonio Aura Ivorra)

¿Qué importa que un trineo surque el cielo,

o que tres reyes magos crucen el desierto,

si al final es tu corazón quien debe poner

una sonrisa en tu boca o en la de los otros?
[1]


     Este año, hasta la naturaleza en sus mudanzas ha sido cruel con los seres humanos: violentos terremotos y otras catástrofes imprevisibles han encabezado los telediarios, manchando con impetuosos brochazos de muerte y miseria las pantallas de nuestros televisores. Acontecimientos desmesurados y reales que contemplamos expectantes, pasivos casi todos, aunque quienes los sufren pierdan hasta la esperanza. Hemos celebrado con los salvadores, que los hubo, los milagros de la vida increíblemente rescatada, rediviva de entre los escombros, y nos hemos indignado por el comportamiento carroñero y perverso, incomprensible, del gobierno de un país, Myanmar, que con su dilación en aceptar la ayuda internacional agravó el efecto devastador de estas manifestaciones telúricas. Celebración, indignación y… poco más.

 

     Nos turba la vorágine del cambio, cada vez más acelerado, en el que estamos inmersos. No parece que haya tiempo para la reflexión. Nadie puede asegurar hacia dónde vamos: llegamos a Marte mientras aquí en la Tierra se viaja en patera y siguen muriendo millones de personas de desdichas y miseria, cuando no de odios enfrentados. ¿No hay voluntad de erradicar la pobreza, que es cuestión de justicia? ¿Nos alcanza la podredumbre en el siglo XXI?

 

     “Hoy lo importante es comprender que hace mucho tiempo ya dejó de ser hora de hablar. Llegó el momento de intervenir”, dijo Jacques Diouf, Director General de la FAO, en la Cumbre Alimentaria, decepcionante, celebrada en Roma el pasado mes de junio; pero ésta, y reuniones como las llamadas Rondas de Doha, auspiciadas por la Organización Mundial del Comercio, o como la de consenso celebrada en mayo en Copenhague, me inclinan a pensar que algo empieza a moverse aunque sea a trompicones. Priorizados los problemas detectados, se trata de abordarlos decididamente y resolverlos entre todos: hambre, comercio, salud y educación parecen ser, entre otros muchos, los principales y más urgentes a remediar.

 

     Mientras tanto, crisis del tener. En éste nuestro mundo de Champions League, fatuo, también hay muchos trineos inmovilizados en garaje y bastantes camellos estabulados, puede que alguno famélico este año.

 

     Pero tal vez ¡ojalá!, para compensar esa crisis del tener resurja el ser a modo de sonrisa auténtica y honesta, que nos alegre el día a unos y a otros. Aunque muchos anden confusos, obnubilados por su propio engreimiento, siempre hay gente de buena voluntad. Ana sabe mucho de eso. Y por eso le tomo prestada la reflexión que encabeza este escrito, con la intención de que se propague hasta donde sea posible porque es un buen regalo de Navidad.

 

     Quiera Dios que al observar la representación de su venida al mundo plasmada en figuritas de barro -el candoroso belén de nuestra cultura mediterránea-, seamos capaces de encontrar y de repartir desde nuestro corazón, desde nuestro ser, lo mejor de nosotros: esa sonrisa sin precio de venta, graciosa, que alivia sufrimientos y aproxima a las personas; esa que en ocasiones todos sentimos y que a veces no nos atrevemos a obsequiar por estúpidos prejuicios. Démonos al menos un fuerte apretón de manos, gesto que en su origen significa que no empuñamos armas. Es un buen momento para practicar, aunque muchos, nada grave si miramos por ahí afuera, no dispongan de trineo, y otros, este año, ¡ay, este año!, lo tengan al raso y sin carga, estacionado por falta de tiro o de  combustible.   

... 

[1] El tiempo: Su paso y su peso. Ana Burgui

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