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Gaspar Llorca Sellés

LOS TRES NIÑOS QUE ROBARON LA LUNA
(por Gaspar Llorca Sellés)


     El hambre asolaba el lugar, los niños pobres eran doctos en ella, y los pudientes la conocían de referencia. Sin embargo no existía rencor, jugaban juntos, algunas meriendas eran requisadas por los más hambrientos, los alimentados lloraban el momento pero su estómago pronto olvidaba, pronto era colmado. Así se sucedían los días ¿cuántos?, meses, años, milenios, y la escasez iba apretando y el pueblo crecía con ella; los ricos cada vez más ricos, a los que la miseria de los demás les hacia más avaros, más conservadores, más poderosos. Parieron leyes protectoras para los escogidos y de asfixia para los eternos malditos que crecían en número; también normas de sumisión para que se ignorase la libertad; leyes y registros de propiedades para repartirse la riqueza que daba la tierra. Morían niños desnutridos, y viejos de pena; era época de evolución con la sempiterna heredad de la hipoteca que pagaban los que nunca la disfrutaron.

 

     Un niño alimentado se hizo ladrón, no robaba para sí, lo sustraído, siempre comida, era para un amigo que cada vez tenía más espíritu que cuerpo, y para el hermanito del amigo y su madre enferma. Todo momento era propicio para visitar la despensa de su casa y alguna de parientes acomodados. La merma de patatas y demás tubérculos de las reservas empezaron a notarse. Fue vigilado y se descubrió al ladronzuelo que acabó castigado sin salir de casa, sólo. Quisieron aislarlo de sus amistades infantiles. Cosa inútil; sufría por amistad y corazón limpio, Sus intentos de escaparse fracasaban debido a una vigilancia férrea. Culpable se sentía de la gazuza de sus amigos y se propuso no comer, ayunar con los infelices: su pequeña lucha ya decía que su libertad sufría el azote de la imposición.

 

     La alarma cunde en casa, inútil arrancarle el motivo de tanta testarudez. No comeré mientras mi amigo no coma, dijo al final. Consulta médica y recomendación facultativa: acceder a su petición. Fueron a buscar al amigo hacendado y no lo encontraron, la familia había desaparecido huyendo de aquel infierno. Él seguía en sus trece y cada vez más débil; buscaron a otro niño también compañero y también famélico, y entonces se alegró y empezó a comer, con la condición de hacerlo siempre juntos.

 

     Vino la guerra y el exterminio, llevados como esclavos fueron vendidos en la ciudad, pero en la oscuridad a veces hay un destello de luz, y en la subasta halló al viejo amigo que también figuraba como mercancía vendible. El destino quiso que se vendiese el lote de los tres a una misma persona, eran idóneos para pasar por los estrechos túneles hasta llegar a la mina insana. El reencontrado había adquirido más experiencia con la lectura del catón del hambre, y ella sustentó su rebeldía, su ansia de libertad.

 

     Pasó el tiempo, y una noche de tormenta y lluvia emprendieron la fuga. Lucharon contra los elementos, contra los perros y el hombre, confabulados en el banderín de la maldad. En su libertad se alimentaban de frutas, de raíces de plantas, de insectos, de lo que pescaban en el río. El río era la esperanza, habitaban cerca de él, camuflados bajo ramajes; contemplándolo se cogían por los hombros, muy unidos, y sus ojos brillaban de sueños y aventuras.

 

     La luna dormía en una colina cercana, y una noche fueron a buscarla. Y la robaron. Envuelta con palmas, hojas, y con una gran ternura, se la llevaron a su cabaña, la taparon bien y la encerraron. Era su gran venganza por el mal trato que les deparó la vida. No hubo luna durante mucho tiempo; el mundo tembló y la superstición anidó en los hombres, ricos y pobres, sabios e ignorantes. Las noches eran oscuras y tristes, las estrellas estaban decaídas, el firmamento era un manto de luto, el castigo cayó sobre la tierra. ¿Eran felices los tres amigos? Al principio sí, rieron divertidos, su venganza les proporcionaba un dulce bienestar, la humanidad pagaba su injusticia. Pero la risa fue cayendo en sonrisa, y la sonrisa en mueca. Un desasosiego invadía sus corazones.

 

     Su luna empezó a amarillearse, a perder brillo; enferma, se apagaba. Ella se alimenta de sol, dijo el más espabilado; pues iremos por el sol, dijeron los otros, y emprendieron la marcha hacia donde solía esconderse, y allí se apostaron esperando el momento propicio que el mismo sol les brindó. El astro rey les ofreció su mejor rayo, ¡cómo no!, era para su amada y se fue a marcar otro día con la ilusión de poder verla pronto. Así se lo prometieron los tres niños.

 

     Desde lejos, con su liviana carga, contemplaron cómo una tenue luz salía de su cabaña, una luz mortecina. Angustiados emprendieron una feroz carrera, llegaban tarde, la noche empezaba a oscurecer y presurosos tropezaron y cayeron en un barranco; el llanto y la rabia salía de sus pechos, la desesperación era enorme, si moría la  luna querían irse con ella, y hasta ese momento no se percataron de que el rayo del sol se deslizaba como flecha hacia la cabaña, y al momento de entrar en ella, una luminosidad les cegó. Entonces pudieron ver como la luna ascendía al cielo a esperar a su prometido, y con una gran sonrisa les mandó, como ramo de novia, un destello que les cubrió de amor, ilusión y esperanza.

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