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MAPI Y LA NOCHEBUENA
     (por José M. Quiles Guijarro)     

José Miguel Quiles


     Yo tendría las mejores Navidades que un prejubilado pudiera a soñar, de no ser por mi cuñada Mapi. Por lo general mi cuñada me fastidia la Nochebuena.

 

     Cuando Mapi se casó con mi hermano Federico era un cielo de chica, lo que se dice un cielo; con una melenita morena, estudiaba en las javerianas “cultura general”. Se llamaba Amparín “pero todos me llaman Mapi…” Mi madre encantada: “Es casi tan alta como él... y muy espabilada, su familia muy buena gente… y lo buena pareja que hacen”.

 

     Pero Mapi, que era un cielo, con el tiempo se llenó de nubarrones, se cortó la melenita, le salieron michelines, se hizo primero cilíndrica y luego “botijona”, poco a poco se le fué haciendo cara de ensaimada y se le revino el carácter, como el tocino que se hace rancio con el calor. Se ponía en jarras y hacía jeribeques con los dedos. Le quedó solo lo espabilada. Y así, cuando murió el papá, Mapi le dijo a la familia bien claro:

 

     -¿Yo?... yo en casa tengo tres habitaciones, no puedo poner a mis hijos en la calle, como comprenderéis, para que venga la abuela a casa, eso me faltaba a mí, lo mejor es que se vaya a casa de Cari -(mi hermana mayor)- que está viuda y tiene la casa más grande... –

 

     Y a partir de aquí Mapi no daba puntada sin hilo, me empezó a caer gorda, era la cuñada fuerte de la familia, la dominadora, al poco tiempo le dijo a mi hermano Fede:

 

     -¿Tu madre? tu madre ya no se come la pensión que tiene… viviendo con tu hermana le sobra la mitad de la pensión… para qué queréis la casa de la calle Paraíso, allí cerrada llenándose de goteras… y tú tienes derecho a tu “legítima”, eso nadie te lo puede negar… y nosotros andamos medio regular, ya lo sabes, si a nosotros nos sobrara sería otra cosa… y yo necesito unos implantes en la boca, urgente.

 

     Y Fede, mi hermano Fede que es un buenazo, vino a hablar con la familia… sin mirarnos a los ojos, con su poquito de reparo y sus medias palabras de hombre sencillo, bueno y manejado, “total para qué queremos allí ese ca… caserón…”  dijo Fede, lo que Mapi quería que dijese. En el fondo Fede me dió pena. Se encasquillaba algo al hablar y se peinaba todavía con montañita a lo Elvis. Y no nos metimos en discordias y mezquindades, se vendió la casa de mis padres en la calle Paraíso. Y cuando Mapi argumentaba y se ponía digna, daba miedo, apoyaba las muñecas en la cadera y con la mano derecha hacía virguerías en el aire, sombras chinescas impregnadas de lenguaje.

 

     Y cada vez que llega la Navidad, aparece Mapi, toda vestida de Paris, repartiendo mejillazos, con el canalillo del escote tembloroso, los ojos de violeta L´Oreal, los implantes bucales perfectos,  perfumada con Aire de Loewe, con esa alegría de supermercado que le dura solo las fiestas. Y a mitad de la cena de Noche-buena se levanta, con la copa de cava en la mano, dueña de la situación, portadora de alegría, como si fuera la sota de copas y dice:

 

     -¡A brindar! ¡Venga, vamos todos a brindar, hay que mirarnos a los ojos y pedir un deseo…! Y hay una alegría estomacal, bien escenificada.

 

     Y luego Mapi se acerca a mi madre (la pobre mamá no tiene maldad en el alma, pobrecilla, parece una figura de Lladró toda hecha con la porcelana del amor y del recuerdo) y le grita al oído, como si fuera sorda, con una voz metálica que se queda atravesada sobre la mesa:

 

     -¡¡Abuelaaa…!! ¿le pelo un langostino? Veeeenga le voy a pelar un langostino a la abuela… - Y a mí no sé porqué, esa “aaa” me da en la yema del alma y se me llevan los demonios.

 

     Y sin embargo estamos en Navidad y hay que recurrir a los posos de honor de la sangre y pedirle un esfuerzo “extra” al corazón, hay que entender a la humanidad como un Gran Hermano, un inmenso entretejido de amores, de odios y de egoísmos encontrados. Con más o menos estilo todos tenemos algo de Mapi. 

...

     Os deseo a todos una Feliz Navidad.

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