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Demetrio Mallebrera Verdú

A corazón abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

IDENTIDAD, REFERENCIAS, AFECTOS

  

     He leído un folleto sencillo de un pedagogo que se ha currado el comportamiento de los adolescentes y a la vez el de los padres, patidifusos totales en ambos bandos y en esos precisos instantes del inseguro pavoneo, en esos crudos momentos de la vida de toda la familia. Porque a mí me parece que esa es la cuestión: que son momentos vitales, y que, quien más quien menos, si hace memoria de cuando pasó ese lapso en su biografía personal y luego lo compara (si eso es posible, dados los muchos cambios) con el tiempo en que pasó ese brete con sus hijos, va a tener sentimientos enfrentados en su interior parcheados de dudas. Usted, al que imagino ya mayorcito, sabe ahora que aquellas circunstancias eran neurálgicas, indispensables, brutalmente vigorosas, en las que no cabían remiendos, medias tintas ni pactos con el diablo. ¿Acaso llegó a saber todo lo que necesitaba –lo mínimo que precisaba conocer- en esa época? ¿Llegó a saberlo su hija o su hijo? Si su respuesta es que sí, le felicito porque lo suyo fue una hazaña que es preciso resaltar con todo refinamiento. Enhorabuena, pues. Se trata, y creo que no lo duda, del momento de la vida que más nos marca. Que suele dejar cicatrices, y es crucial para las dos partes en litigio (que a veces, son tres o más: abuelos, otros parientes, cuidadores, tutores y maestros).

 

     Sin embargo, es de lo más normal que esto sea así, y así nos lo dirá cualquier especialista en las diversas ramas de la enseñanza, incluso de la medicina, y derivados, que tienen a bien estudiar los procesos de crecimiento y desarrollo del ser humano. Sí, a veces parece algo dramático y hay instantes muy tensos; y lo más bonito es considerarlo como la demostración de esas habilidades que vienen desde nuestra cuna, como el pan que traemos debajo del brazo. Diciendo simpáticamente que hay que ser “zurdos de corazón”, se nos transmite que es necesario ser cordiales con la verborrea que se debe utilizar y tener mano izquierda, con una capacidad aquí enorme de escucha que lleva a límites de auténtica virtud. No sabremos preguntarlo ni responderlo todo, y sobre la marcha las conversaciones toman giros insospechados que nos alejan y hay que dejar para verlos con más calma en otro momento. Lo importante por encima de todo, aunque seamos torpes y estemos nerviosos con disimulo, es el diálogo, la conversación sincera en la que, a veces, la expresión más veraz es decir “no lo sé”. Las preguntas, las dudas, los afectos, las incomprensiones, las posibilidades y las limitaciones personales son la artillería pesada que se esgrime en esta batalla que siempre debe acabar con bandera blanca por parte de las dos facciones que están jugando, aunque muy seriamente, a un pulso de tácticas de unión, porque no está bien (dicen los dos) que cuestiones del máximo calado haya que sacarlas a la calle y hacer una encuesta con la gente que pasa, sino estar en el sofá de los amigos; aunque, sin quererlo, hay uno que es más débil y lo que precisa es sentirse seguro, comprendido y liderado. Es que ya hay que decidir y aparecen libertades que dan miedo y hay que compensarlas con confianzas.

 

     Metidos en un sano coloquio, y mucho más que ver platicar a políticos enfrentados, da mucho más gusto ver charlar abiertamente a los padres con sus hijos, y viceversa. Eso es una “pasada”. Es como renunciar los chavales al despego propio de la adolescencia para demostrar que se sienten integrados con los suyos, siendo una parte fundamental de esa estructura básica que se llama familia, donde todos están tristes cuando tú no estás. Es la hora del porqué de las tradiciones y el juntarse con otros parientes, de la averiguación de las raíces, del sentido de pertenencia que parece que es un chicle pegado en la suela, del sacarle partido a los valores de siempre, y de verlo todo con ojos de humanidad. ¿No has visto a algún adolescente o te ha pasado a ti (o te pasó en su momento) las veces que has tenido que irte a tu cuarto a llorar un rato, simplemente porque te vence un determinado sentimiento que es más fuerte que tú, que no puedes controlar, que quieres ocultar? En cualquier edad, y aunque parezca lo contrario, en ésta, por muchísimas razones, no puede faltarles a padres e hijos la ternura, el cariño, la amabilidad, el trato coloquial, además de un consabido tacto especial y un exquisito respeto a la intimidad. También es la hora en que los abuelos majos deben retirarse de puntillitas por el foro sin hacer apenas ruido.

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