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SEGÚN PIENSAS, TE RECONSTRUYES

(por Matías Mengual)

Matías Mengual

  

     El cuerpo te parece viejo o joven, según pienses. Recuérdalo. No hace mucho, hablábamos de ello; concretamente, de la influencia de la mente en la reconstrucción del cuerpo. Convenimos en que todo organismo físico continuamente muere y continuamente se renueva mediante la fuerza vital; tal proceso se efectúa por medio de las células que son el elemento constituyente de los órganos vitales del cuerpo humano; y las células son los elementos de que se vale la naturaleza para su obra. Resumiendo, todo linaje de pensamientos predominantes en la mente ha de producir con el tiempo sus efectos en el organismo físico.

 

     Recordarás que durante nuestra charla manifesté que, a lo mejor, aprovechaba lo hablado en un próximo artículo para el Boletín y, tal como pediste, te prometí el anonimato de tus, para mí, valiosas consideraciones, pero no su omisión. Las verás entre otras consideraciones entresacadas de libros consultados para documentarme. Empezaré diciendo que una vez formada la célula ha de trabajar y que cumplida su finalidad muere y otras nuevas la sustituyen; de manera que la forma del cuerpo permanece aparentemente la misma, aunque sus elementos constitutivos están en constante mudanza. Así que, el proceso de formación de las nuevas células se efectúa mucho más rápidamente y con mayor uniformidad de lo que imaginábamos.

 

     Científicamente, la conciencia y la subconsciencia son dos medios de expresión de la mente. La conciencia es la mente pensadora, y la subconsciencia es la mente activa. Aquella es la mente sensoria que percibe por medio de los cinco sentidos, y la subconsciencia preside, rige o gobierna las funciones orgánicas incluso durante el sueño. La conciencia sugestiona y dirige; la subconsciencia pone en obra las sugestiones recibidas de la conciencia. De manera que una honda angustia, ansiedad o temor pueden estragar en poco tiempo a una persona de tal modo como si le hubieran echado veinte años encima. O sea, que estábamos acertados en que las ideas y aun las creencias y las emociones de la mente consciente son las semillas que recibe la subconsciencia donde germinan y producen fruto de su misma índole.

 

     Se ha llegado a afirmar que en el término de un año se renueva el cuerpo casi por completo. La renovación de la forma se produce continuamente en el cuerpo mediante la renovación de las células como se renuevan las hojas de los árboles. La renovación de la piel se produce en pocas semanas. Los músculos, órganos vitales, el sistema arterial y el nervioso tardan más, pero se renuevan al cabo de un año. En definitiva, la actividad química de la formación celular del cuerpo está completamente bajo la influencia y dominio de la subconsciencia que todo lo penetra.

 

     Así que, la mayor parte de enfermedades se originan en la mente y aparecen en el cuerpo a consecuencia de una morbosa actitud mental. El estado y condición en que se halla el cuerpo son efecto de los pensamientos transmitidos por la mente a las células que ejecutan las funciones fisiológicas, entre las cuales están las de reconstrucción. Por lo tanto, verte, creerte y representarte en la mente sano y activo equivale a sugestionar tu subconsciencia, de modo que reconstruya con abundante salud y vigor.

 

     Lo maravilloso es que la fuerza salutífera que rige nuestro organismo fisiológico puede intensificar su acción sobre el cuerpo con un simple esfuerzo de voluntad. ¿Por qué, si no, Jesús intentó convencer a la hemorroisa de que era la fe de ella la que la había sanado? ¿Era su intención aleccionarla? ¿Por qué no? Igualmente, se curaron dos ciegos diciéndoles: Hágase en vosotros según vuestra fe[1] . Las verdades que predicó siguen siendo aplicables a todos los pensamientos y actos de la vida. Y puesto que, con voluntad podemos acelerar el proceso curativo por la acción voluntaria y consciente de la mente, siempre se intensificará esa acción si es auxiliada por la de otra persona. Algo así pudo hacer Jesús en estos casos. Pídele su ayuda, y confiarás más en ti.

 

[1] Mateo, 9,22 y 29.

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