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EL PRESTIGIO EN EL ESPEJO

(por Matías Mengual)

Matías Mengual


Aún conservo el primer vademécum, un manoseado bloc de notas en el que compendiaba las instrucciones que recibíamos de la Central mediante circulares en los años cincuenta, cuando todavía carecían las oficinas de normas en forma reglada. Ese vademécum continúa conmigo, porque en él apunté, además de mis apreciaciones personales sobre autognosis que tenía anotadas en un pellizco de hojas sueltas, los consejos paternos más estimados, a los que acudo con frecuencia para reforzar mi ánimo. Y en ese sentido, al proponerme discurrir en torno al prestigio y lo que parece prestigio pero que, para mí, no lo es, eché un vistazo a mis apuntes sin dar de momento con algo más ad hoc que esto: "No desesperes jamás; pero, si desesperas, sigue trabajando".

Y seguí el consejo. No hay espejos que nos permitan ver cada mañana cuál es el estado de nuestra conciencia, y se me ha ocurrido que, de haberlos, podrían funcionar como el famoso retrato de Dorian Grey. Como es sabido, el tema central de la novela de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Grey, es el narcisismo, ya que el personaje principal de la obra posee una excesiva admiración por sí mismo: Tanta, que, en virtud de cierto sortilegio, el bello Dorian permanecerá eternamente joven, mientras que la portentosa pintura, tan del agrado del joven, se afeará según vaya reflejando las perversiones de su alma. De manera que, al igual que cada mañana podemos contemplar el deterioro físico de nuestro semblante, el espejo hipotético que contemplaríamos entonces nos mostraría el estado de nuestra conciencia, la evolución del conocimiento espiritual de uno mismo y las artimañas que utiliza el ego para sobrevivir: hipocresía.

Normalmente, confío en mis pensamientos naturales, pero a la hora de escribir, me procuro información confirmatoria. Para Platón, lo auténticamente real es lo estable, lo inmutable y eterno. De acuerdo. Por eso, cuando no sé por donde entrar, recurro al vademecum. Para mí, al menos hasta ahora, la palabra prestigio define la "Buena fama que disfruta una persona, como tal persona o por su profesión, e influencia que tiene por ella", y nada más. Sin embargo, los diccionarios admiten también como prestigio estas acepciones numeradas: 1. Engaño realizado con artes de magia. 2. Artificio con que se embauca o engaña. Ambos significados derivan de la palabra latina præstigium, lo cual me hace pensar que, in illo tempore, ya existían políticos embaucadores. Dan… ¿pena? (Anoto: "Reflexiona lo que vas a decir y nunca te permitas expresiones que no sean justas, verdaderas, amables, benévolas y constructivas"). Sí, dan pena. "Actuar buscando la aprobación es humillante: inquietante cuando se consigue, inquietante cuando se pierde". (Lao Tse). ¡Políticos sin miedo!, imposible. Todos buscan la aprobación ajena. ¿Todos? Sí, todos. Quienes no la buscan no hablan en público. Por eso, romperían el espejito, como Dorian rompió su retrato, porque rechazan la intima percepción de que, mientras prevalezca en ellos la situación de dependencia que supone "querer ser importante", su mente no es libre.

Según Lao Tse, el empeño en obtener prestigio detiene el flujo natural hacia su mente de la energía divina; y entonces, la persona deja de creer y cunde en ella la desesperanza. Al respecto, dice Baltasar Gracián: Cuando uno se despreocupe de su imagen exterior, debe conservar la interior para enmendarla y mejorarla, porque, para emprender proyectos, comprobar su tesón para vencer el riesgo, tener medido su fondo y su capacidad para todo, tiene que conocer las fuerzas de su prudencia y perspicacia. No se puede ser dueño de sí si primero no se conoce uno mismo.

Finalmente, para Platón, el alma ha preexistido en el mundo de las Ideas antes de encarnar en nosotros y, aunque en cada encarnación contemple nuevas ideas, puede empezar de nuevo cada vez confusa y olvidada de las anteriores, con lo cual, aprender o conocer no es otra cosa que recordar. Lo cual explicaría aquello de que "el saber está dentro de ti". Pero el ego necesita "prestigiarse" para vendernos fácilmente la idea de que eso es mentira.

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