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UN PASEO POR LA BAHIA

(por Ana Burgui)


Sentado junto a la caña del timón, Álvaro observaba atentamente como se había ido acomodando, en los cuatro bancos del bote, su pasaje. Junto a cada niño, su monitor.

   

El mar estaba tranquilo, quieto, resplandeciente y azul. Como si supiera de la importancia de ese pequeño paseo y acogiera con  respeto a los navegantes. Grande y poderoso, sabía que no tenia que mover el bote ni con un pequeño oleaje. A lo lejos el horizonte era una línea.

   

- ¿Estáis preparados para salir? ¿Alguien quiere bajar y quedarse? -, dijo Álvaro con una sonrisa. Los niños rieron nerviosos, pero nadie dijo que no.

    

- En marcha -.

    

Los remos cortaron el agua; situados a la izquierda o a la derecha en bancos alternos, giraban lentamente a estribor alejándose del pantalán; la pequeña embarcación empezó a moverse lentamente. Los niños reían nerviosos. Uno de ellos, Alberto, miraba absorto cómo los remos salían al aire y rompían de nuevo el agua y ese impulso les permitía  avanzar, no podía oírlo pero lo observaba. Era la primera vez que veía el mar. Tal era su ensimismamiento que Álvaro  le pregunto a su monitor si el niño estaba bien.

    

Los remos se habían sincronizado y hacían avanzar al bote más seguro y un poco más rápido. Pedro, sentado detrás de Alberto, le preguntó: -¿cómo es?-.

    

- Grande, liso -. -¿Puedo meter la mano?-, le preguntó al monitor, -Y da risa-, le contestó a carcajadas a Pedro mientras su mano dentro del agua abría canalillo. Pedro ayudado por su monitor, se inclinó y mientras éste lo sujetaba tocó el mar, más que tocarlo, jugó con él. -Está frío y mojado, pero da risa, sí-.

    

Como si el mar sonriera, abrió sus aguas brevemente junto al bote.

    

Detrás de ellos Fernando observaba todo su alrededor. Callado y silencioso hacía 10 años que no encontraba su lugar, sería la silla de ruedas que aísla y que separa, pero había intentado integrarse en distintos grupos y actividades sin conseguirlo. “Es tu carácter” le habían llegado a decir.

    

Habían bordeado la bahía y se asomaron al mar abierto, desde allí se veía toda la bahía, las casitas pequeñas y apiñadas contrastaban con los restaurantes o cafeterías frente al mar. Su arboleda se escapaba monte arriba cubriendo las colinas que rodeaban el pueblo.

    

-Volvemos, vamos a girar- dijo Álvaro.

     

-Tan pronto-; -Ya está-; se oyeron voces.

     

-No hay más tiempo-. -Este bote es muy pequeño y hay otros chicos que quieren subir-.

    

Perdidos en sus pensamientos y casi en silencio regresaron. Pedro y Alberto acariciaron de nuevo el mar. A lo lejos el cielo se iba cargando de nubes.

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