Índice de Documentos > Boletines > Boletín Noviembre 2009
 

Manuel Gisbert Orozco

 

VIAJE A CATALUÑA 

(por Manuel Gisbert Orozco)


     El primer día de viaje nos tocó madrugar, unos más que otros según la cercanía de nuestro destino, pero a la una y media del mediodía ya estábamos en el Complejo Residencial ocupando nuestros apartamentos.

     La comida no puedo decir que era frugal, pues al ser buffet puedes comer lo que te apetezca. Cierto es que los primeros días no había mucho donde elegir, pero según avanzaban las jornadas los menús fueron mejorando como el buen cava en la bodega. Un “gourmet” no hubiese venido, pero como el que más y el que menos ya pasó hambre en la postguerra no somos de paladares delicados. Además puedes hasta experimentar. Yo siempre he tomado “les monjetes amb butifarra” y el primer día las tomé con longanizas.

     Por la tarde teníamos una reunión informativa. Intentaban vendernos las excursiones que ya teníamos compradas desde hacía tres meses, y algunos la aprovechamos para quejarnos del apartamento que nos había tocado.

     Los dos tienen dos camas, cuarto de baño, TV, nevera y una escoba; pero solo uno tenía además un amplio salón con mesa, cuatro sillas, un sofá que no puede decirse que sea cómodo, pero menos da una piedra, y además una mesita, en donde podías poner los pies como hizo Aznar cuando visitó en su rancho de Texas al presidente Bush.

     Unos querían cambiar de apartamento como hacemos de asiento del autobús en mitad del viaje; otros cambiar cromos, y alguna esposa, ya harta, hasta cambiar el marido; pero finalmente no llegamos a ningún acuerdo y todo quedó como estaba. La azafata levantó la sesión indicándonos que las reclamaciones se las hiciésemos al maestro armero que ella había ido allí por otros menesteres.

     Por la noche hubo baile, pero yo, que me había levantado antes de las cinco de la madrugada, no estaba para bailar un foxtrot y ni siquiera un show; los otros no sé lo que hicieron pero sospecho que lo mismo.

     El viaje a Barcelona del día siguiente parecía que iba a estar pasado por agua. Pero el día despertó como marzo (ventoso) y no como abril (lluvioso) y esperábamos que al final resultase como mayo (florido y hermoso).

     Así fue. Un día maravilloso, el mejor “one day” que he pasado en Barcelona. Por la mañana una visita panorámica en el autobús y posteriormente otra caminando por el centro histórico de la ciudad. Comida abundante en un céntrico restaurante de la Rambla, que nos hizo olvidar las penurias de la residencia. Por la tarde tiempo libre suficiente para vagabundear a nuestro gusto.

     Después de la cena cayeron las primeras gotas. La noche se convirtió en un concierto de lluvia y viento. Rugió Eolo y el Dios de la Lluvia lloró sobre nosotros. Al día siguiente, el tercero, tocaba visitar Tortosa por la mañana y Sitges por la tarde. Dios proveerá.

     El día comenzó lloviendo y a todos nos entró la duda: iniciar el viaje o quedarnos buscando caracoles. Finalmente, la mayoría decidimos marchar y a la media hora el sol ya nos alumbraba el camino. Si han ido a Tortosa alguna vez no tienen por qué repetir. Todo sigue igual. Si están interesados en lo que hicimos lean mi crónica aparecida en el boletín numero 80 y obtendrán la respuesta. Sitges es un Benidorm en miniatura y además sin islote. Un promontorio flanqueado por dos pequeñas playas con espigones, que alberga una iglesia fortaleza protegida por seis cañones que hace más de dos siglos rechazaron el ataque de dos fragatas británicas. Hoy solo queda uno de los cañones de muestra y por su aspecto no debe servir ni para tacos de escopeta. La oferta turística se completa con dos museos, uno dedicado al  mar y el otro etnológico. El casco antiguo, de estrechas callejuelas, es un centro comercial perennemente en obras. La ausencia total de policía, van en coche y no podían pasar, permitía a un hindú exponer películas pirateadas, algunas todavía sin estrenar en España, sin peligro alguno.

     El cuarto día tuvimos una noche tranquila. Tocaba visitar Montblanc y el Monasterio de Santes Creus. La tarde libre. Buena siesta nos esperaba. Sin embargo el día amaneció lloviendo y ya no paró en toda la jornada. La visita al Monasterio resulto magnifica, tanto por su presentación audiovisual como por el resguardo de la lluvia que afuera caía a cántaros.

     En Montblanc bajamos del autobús lloviendo; vimos las murallas, lloviendo; la Iglesia de San Miguel, lloviendo; la de Santa María la Mayor, lloviendo; y lloviendo estaba mientras esperábamos a los despistados que se habían perdido. Aunque ahora los que se mojaban eran ellos y el pobre guía que tuvo que salir a buscarlos. Por la tarde seguía la lluvia que invitaba a la siesta y cada uno se buscó la vida como pudo. Al día siguiente algunos cogieron el autobús de línea, el nuestro estaba inmovilizado por el descanso semanal del conductor, y se fueron a Tarragona; otros visitaron Playa Larga que teníamos a doscientos metros. Comida a las dos porque a las tres salíamos hacia Sant Sadurní para visitar las Bodegas Codorniu. Lugar idílico en donde solo se ven jardines y edificios singulares de finales de siglo XIX, una espléndida casa señorial que actualmente solo alberga visitantes ilustres y la antigua masía que ahora es sede de las oficinas. La totalidad de la bodega se encuentra bajo tierra, en cinco pisos subterráneos de hormigón armado con un  suelo de casi un metro de espesor para poder soportar el enorme peso de las botellas y barricas allí almacenadas. Vimos detalles de cada planta y un recorrido por una de ellas, montados en un pequeño tren, se nos hizo eterno por su longitud.

     Continúan los días sin lluvia y poco viento. Mañana toca Tarragona. La ciudad de las ruinas: romanas, pero ruinas al fin y al cabo. Por la tarde visitamos Cambrils y Salou. Playas, eso sí magníficas, y poco más. Lo único interesante es el comercio y en eso Cambrils gana por goleada: variado y selecto. El de Salou no es más que un mercadillo regentado por ciudadanos hindúes que venden todos lo mismo.

     El domingo visitamos Reus. El guía no tuvo mejor idea que llevarnos al manicomio. Vimos a los internos a través de una reja y educadamente incluso nos saludaron, pero la visita era para enseñarnos el edificio, una joya de finales del siglo XIX.

     Una parte, la sur, actualmente no está ocupada y en cierta época albergaba a la gente rica o muy rica de la ciudad. Según el guía, no porque los ricos de Reus  estuviesen todos locos, sino para aislarlos mientras la fortuna familiar pasaba a manos de la pubilla (hermana mayor heredera universal) y evitar así las disputas familiares.

     Durante los dos o tres meses que el recluso, si lo podemos llamar así, permanecía encerrado, gozaba de todas las comodidades (hay que ver el lujo de su pabellón) e incluso de compañía femenina cuando lo desease. Con estas condiciones ni de coña se escapaba nadie. Supongo que cuando salían del encierro, su misión consistía en casarse con una pubilla, a ser posible más rica que su hermana, y a vivir, que la vida son dos días.

     Después nos llevó a visitar el ayuntamiento de Reus. No me negarán que es original este guía. Desde que mi tío Obal (abreviatura de Cristóbal) me llevó en 1958 a visitar la Cárcel Modelo de Barcelona, historia que tal vez les cuente algún día, no había estado en sitios tan raros como estos. En el ayuntamiento me llamaron la atención unos paneles con las fotos de los alcaldes de Reus desde tiempo inmemorial y con los años de su mandato. No sé si los ceses fueron por fallecimiento, dimisión o vaya usted a saber, lo cierto es que en 1931 hubieron tres alcaldes y en 1936 otros tres. Y es que gobernar en tiempos revueltos no debe ser muy sano.

     Por la tarde -quitando a unos que les iba la marcha, y que tuvieron el humor de irse con el bus urbano a darse otro garbeo por el circo romano, que por cierto no tenía representación ese día-, nos quedamos durmiendo la siesta como manda Camilo José Cela: con pijama y orinal.

     Esa misma tarde un compañero tuvo que regresar precipitadamente a Cartagena aquejado de una repentina enfermedad después de pasar una noche ingresado en el hospital. El regreso pudo realizarlo felizmente gracias a un seguro particular que tiene con el RACE. Según parece el seguro que se anuncia en los viajes tiene sus inconvenientes si no se emplea correctamente. Lógicamente por falta de información, una información que no debe faltar en los próximos viajes. Fue la única nota triste.

     Al día siguiente abandonamos la residencia definitivamente tomando el camino de regreso a casa. En Amposta disfrutamos de un poco de tiempo libre para realizar las últimas compras, visitar el Parque Natural del Delta del Ebro y realizar un pequeño crucero por el río, superando a los que fueron al Danubio por lo menos en sol, moscas y avispas. ¡Cómo picaban las condenadas¡ Soberbia comida en un restaurante local y feliz regreso a destino. Fin de nuestros servicios.  

Fotos: Emilio Galiana

Volver