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DEBILIDAD
(por Francisco L. Navarro Albert)
 


Desde hace siglos, casi casi desde el inicio de los tiempos, el hombre viene empeñado en una carrera imposible de ganar: conseguir demostrar que es superior a la mujer.

  

Si leyera atentamente, podría caer en la cuenta de cómo -ya en los comienzos del mundo- Eva emplea toda su sutileza en convencerle de que es un ser superior. ¿Se imaginan Vds. al hombre en el mismo papel? Veamos, la cosa sería así, más o menos:

  

- “Esto…oye, Eva…que yo…Bueno, que ahí hay un árbol…No sé si podré subirme, aunque…fíjate qué manzanas. ¿Estarán maduras?...El caso es que a mí me gustan más las del tipo golden, pero me han dado el chivatazo de que, si me como una manzana de este árbol, seré ganador. ¿A ti que te parece?”

 

- “Desde luego, Adán, no eres más tonto porque no te entrenas. ¿Tú crees que si eso fuera así te iban a dar el chivatazo? Lo lógico es que el que te avisó se comiera la manzana. A propósito, ¿con quién has estado? ¿por qué volviste tan tarde? ¿no me habías dicho que estábamos solos? No, si ya decía yo que juntarme contigo…”

  

Así que, desde que el hombre es hombre (aunque hoy la diferencia es más sutil), todos sus esfuerzos han ido encaminados a convencer a la mujer, a la vez que a sí mismo, de que él es el fuerte y ella la débil. Las sucesoras de Eva recibieron la herencia, transmitida genéticamente, de que la debilidad del hombre consistía, precisamente, en creerse superior a la mujer y, conscientes del valor de ese conocimiento se dedicaron a labores aparentemente estúpidas: limpiar la casa; ¿para qué?, diría el hombre: si se va a ensuciar otra vez. Cocinar; ¿para qué? diría el hombre: hay latas de conserva y fruta. Y así, un largo etcétera.

   

El resultado es bien visible: una mujer es capaz de sobrevivir y apañárselas sola, mientras que el hombre pasa la vida mirando a las mujeres y esperando que alguna le devuelva la mirada. Ellas, a menudo lo hacen mientras piensan: “¿por qué no éste?, es guapillo y parece afectuoso…” Entonces, el hombre cree que ha hecho una conquista.

  

Algunos, después de muchas generaciones intentando convencer a la mujer de su inutilidad (la de ella), se aperciben de que tiene unas dotes inalcanzables para el hombre; desde la más primaria (aunque no por ello poco importante) de ser la única capaz de engendrar, hasta su fortaleza frente al dolor o la adversidad, su dulzura, su tenacidad y la maravilla de la intuición, esa cosa extraña que tantas veces odio cuando, en el cine, y apenas transcurridos unos minutos de la acción, va mi esposa y dice:”el malo es el de la corbata”. Y, hale, ya me ha estropeado la intriga, porque resulta que ella tiene razón; ese tipo era el malo.

  

Es, ¡ay!, entonces, cuando me doy cuenta de lo poco que vale el hombre, tan incapaz de ver nada, que ha sido tan tonto como para dejar a la mujer atenazada, sin moverse, “en casa y con la pata quebrá”…cuando lo que hubiera hecho alguien medianamente inteligente sería dar a la mujer la posibilidad de la educación, el conocimiento, el desarrollo… para que tomara las decisiones, para que gobernara el mundo…

  

Ahora, que hemos avanzado algo, se nos ha ocurrido la genialidad de inventar la regla del cincuenta por ciento. Da igual quien sea más capaz o inteligente, ponemos la mitad de cada y, como si fuera una ensalada o algo así, a funcionar.

  

Pues saben qué les digo: a mí, ni fu ni fa ni perdigó (como decía mi abuelo). Unos días friego, otros lo hace mi esposa. Cuando estoy resfriado, pongo cara de mártir y no me levanto; sin embargo, ella se tira de la cama con cuarenta de fiebre y hace la colada, la comida, va a la compra…

  

Hay alguna ocasión en que, poniendo cara de circunstancias, cuando estoy en algo realmente interesante, me dice con voz susurrante: “cariiiño…” y, antes de que me dé tiempo a reaccionar, sigue implacable: “haz el favor de grabar ese programa, que me interesa”. Y ahí me tienen, devanándome los sesos con el aparato grabador hasta que -por fín- lo pongo en marcha.

  

Entonces, yo, me pregunto: “¿por qué la mujer no ha aprendido a poner la grabadora en marcha?”

   

Se lo preguntaré a los políticos. ¡Hasta luego!

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