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Demetrio Mallebrera Verdú

A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

SEGUNDAS OPORTUNIDADES, MÁS GANAS DE VIVIR


     Las personas mayores somos demasiado filón de destrezas para experimentar cómo nos va yendo la vida, y vemos unas cosas con optimismo y, en cambio, ante otras, por sentirnos viejos o cansados, o melancólicos o desesperanzados por factores  íntimos o externos a nosotros (no en vano somos más sensibles aunque parezcamos más duros), nos mostramos más vulnerables y más sentimentales y nos afectan, quizás con mayor ilusión, las cosas buenas que pasan por ahí, pues bien sabemos que no hay quien se escape de tener alguna cosilla de las que hacen pupa o de las que arañan nuestras entrañas a horas incómodas en que debiéramos gozar de eso que, falsamente (para los políticos parece que no), llaman calidad de vida, que es algo en lo que sueñan, como si se tratara de irse a unas islas paradisíacas, los que están en camino, que son el resto del mundo mundial. Por eso nosotros vemos mejor si miramos más para atrás, porque se nos ponen los ojos demasiado turbios si lo hacemos hacia delante donde la pupila falla y queda todo más estrecho, más encogido. Y por eso también, nos llenamos de gozo cuando vemos que todavía nosotros mismos vamos superando etapas pasando con frecuencia por el quirófano. Una vez pasado el postoperatorio nos reintegramos a la normalidad, quizá un poco más vigilados y más precavidos, pero muy conscientes de que se nos da una nueva oportunidad de seguir. Ahí está la valoración.

     El ejemplo que acabo de leer y deseo hoy transmitir es de ese tipo de “segundas oportunidades” (el número exacto no conviene ponerlo de antemano, por si acaso) que realimentan las ganas de vivir (unas ansias o deseos perezosillos cuando hay dificultades). Un ciclista se sale de ruta, cuesta abajo por zona de curvas retorcidas y en barranco; tardan un montón de tiempo en encontrarlo, recuperarlo y llevárselo, en coma profundo, al hospital. Cuando despertó del dramático letargo sus primeras palabras fueron “si antes tenía muchas ganas de vivir, ahora tengo más”. Si usted es aficionado al ciclismo (un poco gafado últimamente a causa de dopajes, trampas y engaños, pero insuflado de oxígeno puro con esta heroicidad épica), o por ende al deporte, va a reconocer el hecho rápidamente. Le cuento: El 16 de mayo de 2009, disputándose la octava etapa del Giro de Italia, el ciclista español Pedro Horrillo, que hacía ese día de gregario a favor de su compañero del equipo holandés Rabobank, el ruso Deni Menchov, vio la oportunidad de enlazar con el grupo principal, lanzándose como un descosido por un descenso muy sinuoso bajando el Culmine de San Pietro, un puerto de montaña encerrado en bosques húmedos; de tal modo que sin que se sepa muy bien por qué, pues nadie le vio, este vasco corpulento de 34 años, y además experto en bajadas, trazó en recto una curva a izquierdas a una velocidad superior a los 60 kilómetros por hora. Leemos en la crónica que por alguna razón no pudo controlar la bicicleta impactando violentamente contra el quitamiedos y desapareciendo detrás de un frondoso barranco.

     “Me llamo Pedro”, dijo en italiano antes de quedar desmayado y encontrado en el saliente de una roca adonde fue a parar precipitándose más de 80 metros (el tamaño de un edificio de 30 plantas) a una velocidad que sería la suma de la que llevaba en carrera más su impulso en la caída; pero algo (o alguien, para los creyentes) hizo lo inaudito ante la catástrofe y trajo allí una luz de esperanza, o primer milagro: no se había fracturado la columna; los pulmones perforados por la rotura de una docena de costillas eran los que impedían su movilidad, junto a otras roturas y traumatismos. El otro milagro fue la puntual llegada, cuando estaba perdiendo mucha sangre y necesitaba inmediata reanimación, de un helicóptero que le llevó directo a un hospital de Bérgamo, donde le dieron los primeros y básicos auxilios, pasando luego a un hospital español donde fue operado varias veces y luego fue a reponerse en su casa a mayor velocidad que la caída que le produjo su accidente, con la reconstituyente presencia de su esposa Lorena y sus dos hijos. En rueda de prensa de últimos de junio, los 30 periodistas presentes se sintieron impactados por su aspecto y entereza en sus respuestas: “Estoy contento de poder contarlo y valoro más el lazo que me une a mi familia”. Uno de los médicos nos cierra la historia diciéndonos que vio en él sus ganas de superación y sacrificio, y su actitud psicológica admirable.

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