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 EL POBRE DEL JUEVES
(por Antonio Aura Ivorra)


El pobre del jueves, asturiano él, me abordó inesperadamente en la Plaça de la Montanyeta; frente a Hacienda, qué contraste.

  

- Oiga, ¿me permite una pregunta?, me dijo.  Me detuve y le observé: no era viejo; ni gordo ni flaco; barba desaliñada y canosa. Vestía vaqueros y un jersey gris raído; calzaba zapatillas deportivas enfangadas y cubría su cabeza con una gorra de color dudoso. No parecía pordiosero de oficio. Caminaba aterido.

 

- Usted dirá.

 

- Mire, yo soy asturiano ¿sabe usted? y he venido aquí en busca de trabajo; no lo encuentro… yo soy de la construcción ¿sabe usted? y no tengo ni paro ni para comer… ¿no me daría algo para comprarme una barra de pan?

 

Llovía. Sujeté mi paraguas, lo apoyé en el hombro, y hurgando en mi bolsillo palpé el euro que le di con cierto recelo… como para hincharse a comer.

  

Agradeció la ayuda con un ¡gracias! –ni muchas ni pocas- y tanto entusiasmo como el que yo mostré al entregársela, y continuó su camino.

  

Me quedé pensativo. Los hay, siempre los hubo, profesionales de la vagancia, alérgicos al trabajo –pícaros, golfos, granujas de más alta o baja estofa- … gente desafecta.  No me parecía éste el caso; y también los hay, lo que es más triste, abandonados a la soledad forzosa por múltiples razones. En ocasiones, unos u otros, por cualquier motivo se precipitan vertiginosamente hacia un abismo de miserias, no solo materiales, imposible de remontar.

   

De un tiempo a esta parte demasiada gente ha caído en la indigencia inopinadamente. Entre vecinos de mi barrio se comenta que muchas personas aseadas y con carrito de la compra no entran en el súper sino que se abastecen frente a él a deshoras. En el contenedor de la esquina: levantan la tapadera, escarban con un palo y… que si una bandejita de magdalenas caducadas anteayer, otra de alitas de pollo, otra de morcillas, alguna fruta aprovechable, un brik de leche… Resguardado su decoro por la oscuridad de la noche, cabizbajos, van seleccionando lo aceptable.

  

- Con lo que unos tiran otros comen. Siempre es mejor que robar, decían unos; otros, por el contrario, opinaban que llegado el caso estaría justificado el hurto de lo imprescindible.

 

- Pero, ¿qué es lo imprescindible?, terciaba otro; ¿la comida?, ¿el vestir?, ¿un techo donde cobijarse?... vete tú a saber… ¿y la familia, qué? ¿No es importante?

 

Los lectores de libros y periódicos han leído en muchas ocasiones que se agravan las desigualdades, que aumenta en el mundo el número de pobres, que la economía está fabricando marginados, que el paro es creciente, que la globalización de la economía crea dependencias… ambiente que azuza la xenofobia. Y no advertimos que ese mundo al que nos referimos también es el nuestro; está aquí, en nuestras calles… A alguna de estas personas que ahora hurga en el cubo de la basura puede que le suenen las miserias que sufren en otras latitudes, de las que se enteró por la prensa. Ahora las viven. El DOMUND de nuestra infancia, el de los negritos y de los chinitos de territorios tan lejanos, ¿recuerdan?, ya resuelve penurias sin salir de casa. En las parroquias se da cuenta a la feligresía regularmente de los recibos de alquiler, de la luz o el gas, de farmacia y otros, satisfechos por cuenta de familias hundidas en la precariedad, para evitar desahucios o cortes de suministro…

  

¿Vamos hacia el caos? ¿Qué hacer?

 

Ni siquiera los Reyes Magos, igualmente tocados por la crisis, le trajeron carbón al pobre del jueves. Era el siete de enero de este año cuando se cruzó en mi camino.

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