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LAS CASTAÑERAS
     (por José M. Quiles Guijarro)     

José Miguel Quiles


     El clima, como el paisaje, nos afecta según el estado de ánimo, incluso según el temperamento de cada cual. Pío Baroja decía: “Me gustan los días grises del norte…”.

     Personalmente prefiero el otoño a cualquier otra estación del año, no me gusta la voluptuosidad del sol del verano (Agosto me parece un mes larguísimo) y la primavera me parece la precursora de una época de calor interminable. Sin embargo gozo con ese primer vientecillo frío que sentimos después del verano, ese despertar a cielo oscuro, ese aire fresco y vigorizante que viene del norte y nos hace buscar la chaquetita. “Oye… ¿Sabes que refresca…?”

     El otoño no tiene el colorido de la primavera, su encanto es otro, es más discreto, se siente por dentro más que se ve por fuera. El otoño invita al recogimiento, recomienza otra vez el curso de la vida, la vuelta a la tibieza del batín, al sillón de orejeras, a la chimenea, la vuelta de los niños al “cole”, se acerca el alborozo de la Navidad. El otoño tiene un “no se qué” de esperanza, esa esperanza que todos llevamos en la entretela del alma.

     Para nosotros los ribereños, gente de tierra cálida y húmeda, el frío ha sido desde siempre algo nuevo y agradable; cuando sentimos el primer fresquito del año nos frotamos las manos y nos decimos unos a otros como extrañados y con un puntito de alegría. “Parece que refresca ya ¿no?”

Castañera-        -   ¿Que si refresca dices…? ¡Este mañana estábamos a 7º y en la Aitana está nevando! – nos contestan. Ahora, más al día, se dice que en tal o cual comunidad están en “Alerta Naranja”. (Este frío es de tipo nacional y televisivo, ha perdido el encanto de nuestra “frescoreta” de siempre). 

     Y en esta época, además, vuelven las castañeras, el humo fugaz de su infernillo define el otoño. La castañera, para nosotros los mayores, es generalmente un motivo de nostalgia; aquella tarde especial con el primer amor al salir del cine… ¿No os parece enternecedor que en las puertas del Corte Inglés, bajo el esplendor de su fachada, aparezca una empresaria, freelance, medievalesca, con su hornillo, que vende castañas asadas en un cucurucho de papel de periódico? Ese olor a castaña asada y esa forma tan primaria y vibrante de venderla, recién sacada del fuego, de mano a mano, sustancian todo el sabor del  invierno.

     Cuando la informática nos ha cambiado la forma de vivir y en los cines se venden palomitas de maíz al estilo MacDonald, el hecho de que todavía subsistan las castañeras es un inexplicable milagro social. Yo prefería las de antes, más en su jugo, con su pañoleta anudada al cuello y su toquilla negra en los hombros, un brasero de carbón y un soplillo de esparto, cinco pesetas una docena,  sobre todo cuando vendían  boniatos ¿Os acordáis de aquellos boniatos asados?  Tenía uno que soplar antes de morder…y ese gustirrinín de calentarse las  manos en la piel del boniato.

     Desde siempre se ha deseado que vuelvan las golondrinas en primavera, yo siento un placer especial, cada año, cuando vuelven las castañeras, es cuestión de temperamento. Permitidme que agradecido y nostálgico  les rinda un humilde homenaje a estas supervivientes del siglo XVI.

     (Además por un mimetismo de mi ser con el medio-ambiente, me niego a estar en “Alerta Naranja”, yo solamente tengo frío cuando está nevando en la Aitana.

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