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HAITI

(por Ana Burgui)


     Hoy es 16 de enero, apenas hace cuatro días desde que ocurrió el terremoto en Haití. Todo es escuchar noticias, datos, números y la información de la desesperanza. Las palabras no llegan a describir las vivencias, pero es que las imágenes me parecen como lejanas e irreales y es que la mirada vacía de los cientos de personas que no saben qué ha pasado y por qué están sobre esos montones de cascotes que eran antes su casa me encoge el estómago; dónde están su hijo, su hermano, su abuela; es la desorientación, la confusión y a través de una cámara llegan a mi televisor y por eso me parecen eso, irreales. Yo estoy sentada frente a la cena, con mi televisor, mi mesa y mi vaso de agua, mis cosas conocidas, y nada tiene que ver la realidad que está ocurriendo tan lejos con una pantalla. Repiten que lo han perdido todo y yo pienso en sus cajones, en sus fotos colgadas en las paredes, en sus armarios, en sus recuerdos. Y no puedo cenar.

En Haiti     Dicen los investigadores que la energía acumulada en una placa tectónica fue la causante del terremoto de fuerza 7,2 en la escala de Richter, indiferente por supuesto al  lugar donde ¿se rompió, se montó sobre otra o sucumbió bajo otra placa? Cada cosa tiene su nombre y su porqué, los investigadores nos lo dirán.

     Hoy ya es 20 de enero y todos sabemos las complicaciones que cada vez son más y de muy diverso género; políticas, organizativas, administrativas y qué sé yo. Pero la comida, el agua y las medicinas, siguen casi embaladas y apenas han empezado a repartirse. Y celebramos con una sonrisa, que un niño de un año haya sido rescatado vivo por bomberos españoles, una semana después de aquel “desastre”. ¿Qué nos está pasando?  Desde aquí, vaya nuestro pensamiento, nuestros deseos y nuestra fuerza mental para ayudar a Haití.

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