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LA COSTUMBRE
     (por José M. Quiles Guijarro)     

José Miguel Quiles


     La costumbre es aquello que por carácter o propensión se hace más comúnmente. Y es curioso cómo la práctica habitual de ciertos actos llega a adquirir con el tiempo una fuerza psicológica tal que nos condiciona la vida. “El río va abriendo un cauce y después el cauce apresa al río”.

     A las personas como nosotros que hemos llevado una vida sedentaria, con un cielo de neón y un paisaje de gotelé, la costumbre, cimentada a través de los años, llega a tomarnos como rehenes y en la vejez, si se nos separa de los pequeños hábitos adquiridos, es como si se tambaleara nuestro punto de apoyo. Es muy difícil a estos años hacer una liquidación de “existencias”.

     A modo de ejemplo, recuerdo que, en los Servicios Centrales, bajábamos a desayunar a la cafetería unos compañeros – Ana Burguí, un saludo cariñoso ¿te acuerdas? – siempre entre las 9.05 ó 9.15 de la mañana, y nos sentábamos en la misma mesa; si alguna vez estaba ocupada, nos mirábamos indecisos ante la contrariedad: “¿Entonces qué hacemos…?” decíamos, hasta que uno de nosotros se decidía:

Café     - Esperamos un momento ¿no? si ya están terminando….- Ocupábamos cada uno el mismo lado de la mesa, todos los días, con fidelidad religiosa.

     El compañero de la derecha indefectiblemente rompía el estuche del azúcar, se ponía en la taza un terrón, envolvía el otro terrón en el propio estuche y lo dejaba sobre el platillo (movía la cucharilla despacio, en pequeños círculos concéntricos hacia la izquierda). El otro compañero sacudía tres veces el salero sobre el pan, tres veces, siempre tres veces, (movía la cucharilla en círculos concéntricos hacia la derecha).

     A aquella misma hora solía bajar un compañero, algo más joven que nosotros, pero como nosotros de costumbres acendradas, antes de llegar dónde estaba el barman levantaba el dedo índice de la mano derecha y decía con energía, algo así:

     - ¡¡Pepe ha´l favor… media tostadita de la parte de arriba muy hecha y un descafeinado de sobre con un culín de condensada…!!

     Después, al llegar frente a Pepe, todavía matizaba más los registros de su desayuno:

     - El descafeinado en vaso si puede ser… ¿Tienes por ahí el Información?

     Diez minutos después, más o menos, aparecía indefectiblemente por mi lado izquierdo, a paso lento, otro compañero, casi siempre vestido de gris, que llevaba, con mucho cuidado de no derramar el líquido, sus dos platitos, uno con la tostada y otro con el café, como si llevara una ofrenda: “Bueeenos diiiias”, se situaba en la mesa contigua, siempre en el mismo lado, mirando hacia la entrada.

     Como si dijéramos era un solo “desayuno” muy largo que duró unos 5-6 años. La jubilación vino a imponer una ruptura brusca de la costumbre. (Debo decir que aquel rato con los compañeros era uno de los más agradables del día).

     Sobre si la costumbre beneficia o perjudica la vida del ser humano se podría hacer todo un tratado de filosofía existencial. Una cosa parece más o menos cierta y determinada: La costumbre nos debilita porque adormece nuestras facultades. Nos dejamos llevar en el cómodo camino de lo conocido. En cierto modo es un vicio.

     Por otro lado la costumbre estabiliza y racionaliza el curso de la vida, nos permite optar, sin desgaste emocional, por lo que hemos escogido libremente. Cierto escritor cuyo nombre no recuerdo ahora, lo definía así: “Quisiera vivir una vida viajando constantemente a condición de tener otra vida para poder estar cómodamente en mi casa.”

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