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CONCURSO LITERARIO

Premio de: 
Cuentos o relatos

 

QUIÉN QUIERA QUE SEAS

(por Ana Burgui)

  

- Necesito ayuda, lo sabes ¿verdad?
    

     Ya sé que no sé bien si eres o no eres. Si estás o no estás,  ya sabes que pienso que es nuestra fuerza interior la que nos mueve, no puede ser que tú, siendo como nos enseñan, que eres bueno,  misericordioso, comprensivo, tú que perdonas lo que nosotros no sabemos ni queremos perdonar, estés viendo, porque tú lo ves todo, eso nos dicen, lo que estamos haciéndonos, lo que está ocurriendo, y nos dejes seguir, ¿o quizá se trata de eso? de que sigamos hasta que nos demos cuenta universalmente, que hemos hecho muchas cosas muy mal y queramos repararlas y no podamos.

  

     Necesito algo, ¿una señal? Las mentes humanas intentan explicar con el raciocinio humano lo que es inexplicable a nuestro nivel, a nuestra forma, que por cierto, creemos la mejor, ahora ya no la única, como antes, ¿no es eso un pecado? de los del Catecismo, vaya. No sé cuál.

  

     Necesito ayuda, yo sola no puedo, y ya sabes que no es una ayuda de psiquiatra o psicoanalista o psicólogo, cuanta ps..., ¿estoy hablando sola? No, me estoy dirigiendo a ti, al menos eso creo. Mañana me levantaré de otra manera, con otra fuerza y otra forma de ver las cosas. Pero ahora estoy hablando contigo, ¿o es conmigo? No lo sé porque no oigo nada, tú no contestas, aunque yo diría  que sí, pero sin palabras y nunca en el momento. De ahí viene ese dicho “Dios escribe con renglones torcidos”, ni renglones usas. ¿Me das cuerda?, creo que es “fuerza”.

  

     Sentada frente al ordenador y de espaldas a la puerta Lucía escribía, pero un ruido la hizo volverse, miró al perro, que tumbado en el sofá se había incorporado y tenia las orejas tiesas, estuvo así unos momentos, el ruido no se repitió y se volvió a tumbar. Lucía continuó con su escritura, pero pasados cinco minutos, se produjo de nuevo el mismo ruido. Lucía se volvió de nuevo y miró al perro que se había incorporado, levantaba sus orejas y miraba hacia el pasillo que conducía al resto de la casa, incluida la puerta de la calle, esta vez aún siendo el mismo ruido, no estaba identificado, fue más duradero. Lucía se levantó de la silla y se asomó al pasillo, al hacerlo pasaron en un segundo todas las imágenes de las películas de miedo que había visto últimamente, imaginó ver una sombra o el brillo del filo de un cuchillo, pero la tranquilizó el pensar que esa sombra llevaría un sombrero ladeado, como Humphrey Bogart, y con una sonrisa desechó la idea. Miró a su lado pero el perro no estaba, retrocedió hasta entrar donde estaba el ordenador, pero el perro tampoco estaba allí. Intrigada se dirigió en su busca hacia el resto de las habitaciones mientras lo llamaba en voz alta. Fue mirando en todas ellas, en una bajo de la cama, en otra junto a la ventana, en otra en su cesta, pero no lo encontró. Volvió de nuevo al salón, el perro se había sentado en el sofá y seguía mirando en la misma dirección, atento y sin parpadear se tomaba muy en serio la defensa y la protección, ¿quién le había enseñado eso?, era pequeño y flaco, no un perro de defensa no estaba adiestrado. Lucía le miraba: "no hay nadie" le dijo, y volvió a su silla frente al ordenador, el perro se volvió a acomodar. Lucía leyó lo que había escrito.

  

     - Que casualidad, ¿no?, yo pidiendo una señal y...

  

     Sacudió la cabeza y se quedó pensativa, sus ojos se perdieron por la ventana que daba a la calle, ni siquiera miraba a la escasa gente que pasaba en ese momento. Sus ojos fueron muy lejos, buscando por donde podía ver entre los edificios de distintas alturas un trozo de cielo ¡qué hermosa estaba la tarde!, el sol se escondía tras unas nubes que tenía unos jirones negros y ofrecía unos colores y unas sombras inimitables, realmente la naturaleza era inimitable, nada de lo que contenía o posibilitaba con su existencia y sus reglas exactamente cumplidas, era imitable. Vio pasar un autobús y de lejos leyó “Probablemente Dios no existe...”, no pudo leer más. Se sonrió.

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