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Manuel Gisbert Orozco

 

LAS MATEMÁTICAS

(por Manuel Gisbert Orozco )


     Estaba el otro día cavilando cual debía ser el final del artículo “La Abogada”,  pues el bueno de Quiles, en sus escritos, como una Scheznarda de las “Mil y unas noches” cualquiera, siempre nos deja a medias como si de un “coitus interruptus” se tratase. Me quedé sin saber qué puñetas hace él en un juicio con lo excelente persona que es; y si al final los que decidieron el resultado de la lid fueron su abogado Javi y la “Melenitas”, que representa a la parte contraria contratante, después de una ardorosa sesión de cama probablemente para evitar incompatibilidades con el señor Juez. Fue entonces, sacándome de mis cavilaciones, cuando mi nieta, de siete años, me enseñó, todas bien y no sé con que aviesas intenciones, una serie de multiplicaciones con productos de más de cinco dígitos.

     Eso contrastaba con lo que me había ocurrido por la mañana, cuando una señorita, que rondaba los veinte años y de muy bien ver,  precisó de una calculadora para averiguar que me iba a costar cuatro unidades a 80 céntimos de euros la pieza. Después de mantener un largo tejemaneje con la máquina y para abreviar, le espeté: son tres con veinte. Me lanzó una mirada como si quisiera fulminarme, continuó peleándose con el artefacto y cuando finalmente dio su aquiescencia, yo hacia tiempo que había dejado el producto exacto de la compra sobre el mostrador y casi salía ya por la puerta.

     Recuerdo que hasta que cumplí los l0 años de edad, cuando la calculadora no aparecía todavía ni siquiera en la novelas de ciencia ficción, en la academia donde estudiaba el cálculo era prioritario. La base era un libro de la editorial “Edelvives” con multitud de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Las últimas de cada serie eran astronómicas y las repetíamos una y otra vez hasta la saciedad. El más previsor, un compañero al que apodábamos “gaiato”, se dedicó durante años a reunir los resultados de todas las operaciones en un cuaderno que era copia exacta del libro del maestro. Intercambiaba los resultados por: cromos, bolas o lo que se terciara y como no hacía otra cosa, ni que decir tiene que se mamó la vida padre hasta que su madre lo envió de peón a una fábrica.

     Todo este rollo viene a cuento porque está claro que la juventud está perdiendo, poco a poco, la práctica en el noble arte del cálculo en cualquiera de las cuatro reglas, dejando ese enojoso trabajo a los bits de unos aparatejos que hacen su trabajo rápido y sin equivocaciones siempre que tengan a mano una fuente de energía.

     Hace un par de años tuve la ocasión de contemplar fotografías del cuaderno de notas de un célebre ingeniero alcoyano de principios del siglo XX y observé con curiosidad que hacia las multiplicaciones al revés, comenzaba a multiplicar por el primer número situado a la izquierda del multiplicador y no por las unidades como es lo habitual. Nadie supo darme noticias de este método y decidí buscarlo por mi cuenta consultando viejos libros de matemáticas y finalmente lo encontré en un tratado publicado en 1821, por Don José Mariano Vallejo para “uso de los caballeros seminaristas del seminario de nobles de Madrid”.

     Es un mamotreto de 529 páginas, de las cuales las primeras cien están dedicadas a enseñar el uso exhaustivo de las cuatro reglas, los distintos medios para probar la exactitud de las operaciones y otros métodos para abreviarlas.

     En realidad una multiplicación se puede comenzar tanto por la derecha como por la izquierda  e incluso por el centro o a boleo si se juzga necesario. El resultado será el mismo siempre que coloques la unidad del producto resultante exactamente debajo del número que estás multiplicando y desplaces los siguientes hacia la izquierda.

     También se puede abreviar. Si por ejemplo tienes que multiplicar un número por 49742, hazlo primero por 7. El producto resultante por 6 (6x7=42) (coloca las unidades debajo del 2) y otra vez el producto del 7 por 7 (7x7=49) (las unidades debajo del 9). Te evitas dos multiplicaciones y dos sumandos en la suma total.

     En el libro existen mil trucos más que ahora nos resultan curiosos simplemente porque en su día nadie se molestó en enseñárnoslos.

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