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Gaspar Llorca Sellés

HIPOCONDRÍA
(por Gaspar Llorca Sellés)


     - ¿Tienes un momento?

 

     - ¿Momento dices? ¿instante? ¿tiempo? El que tú quieras, escaso el que nos queda; si bien yo lo gasto  en respirar, en dudar y despreciar y en desgranar desganas, así que te lo concedo todo.

 

     - Gracias por tu amabilidad, si te aburro corto en seguida. Es sobre enfermedades.

 

     - ¿Enfermedades, dolencias? A mí que tomo unas doce pastillas diarias, seis por las mañanas, cuatro al medio día y dos más por las noches.

 

     - ¡No! no es por ahí, bueno puede ser que sí, causa y efecto, ahí está. Como sabes, desde siempre me ha tiranizado un ramillete mayor que esas tuyas y todas las que te puedes imaginar. Y te cuento: De los múltiples médicos que nos brinda la Seguridad Social, al cambiármelo me ha tocado un engreído joven que con esos cinco minutitos con visión rápida y asombrosa me ha diagnosticado o me ha calificado con voz engomada: “Usted es un hipocondríaco” y usted “un hijo de...”, bueno no le he contestado pero sí pensado.

 

     Es que está uno harto de tantas palabras nuevas, hay que estar ojo avizor, y no te digo las de las especialidades médicas, que la gente se las aprenden con rapidez asombrosa: “Voy al oftalmólogo” ¿Al qué...? che al médico de los ojos. ¿Y tú? Yo al nefrólogo, ¿cómo? Che sí, al del riñón. Da gusto aprender todos los cartelitos de los boxes, otra palabra nunca oída, pero los jubilados estamos adquiriendo un  vocabulario rico rico, gracias a nuestros achaques que los alivian poco, pero ¿cultura médica? eso es fabuloso. ¿Tú que tienes? Me duele el pecho, algo del corazón, pues pase al cardiólogo, y usted al reumatólogo, y al neumólogo, al urólogo si no “pixes clar”, al psiquiatra donde acabaremos todos...

 

     - Sí, es verdad, yo el otro día tuve algo del estómago y llamé al cubículo que rezaba estomatólogo y era el dentista... ¡qué falta de cultura!, dijo la enfermera, y yo pensé ¡menuda “salpa”, la tía!

 

     - Y vamos a lo te quería comentar, lo del hipo.com, me sentó como se me hubiesen dicho maripuntocon. Consulté, pregunté y averigüé que es aquello de antes que nos tildábamos: “estás lleno de manías”. Pues resulta que es una enfermedad, yo no lo discuto, pero si me duele la riñonera  me tendré que quejar, si no puedo respirar o me cuesta hacerlo, ídem de lo mismo, que me duele el dedo gordo del pie, ácido úrico; si veo borroso, el niágara; si el dolor de la corbata, infarto; en la cabeza, derrame cerebral… en fin como educandos los galenos son los más respetados, admirados y consentidos. Y resulta que todas esas enfermedades y muchas más, si las piensas porque los síntomas te roen este débil cuerpo, no puedes manifestarlas, tanta atención para nada, hay enfermos no enfermedades, pero las palabritas ahí están; solamente es tu cerebro que se ha vuelto maniático y te lleva por la calle de la amargura. Y ante esta situación en la que no encuentras consuelo ni en los tuyos, yo pienso que he pasado por todos ellos, ¡que los síntomas han desaparecido!, si no lo niego, pero mientras estaban lo pasaba fatal. Tú piensa que no tiene nada, pero el dolor estaba, que no había para tanto y la tensión arterial al dieciocho, que te mareaba el tumulto, te caías en el suelo y el chichón sangraba. Dejaste de fumar, de beber y la glotonería, a pesar de ello, el azúcar, el asma y las almorranas igualmente te perseguían.

 

     - Bueno y a tu edad ¿qué quieres? No eres joven ni mucho menos, son achaques de la vejez. Y no hay otra cosa más que resignación y que el vivir lleva estas cosas de las que no te puedes librar, y por lo tanto buscar resquicios en ellas que te comporte bienestar y otros logros que olvidaste, y te cuento: Me confesaba un amigo común, hoy alegre y hasta dichoso, que sufría esa enfermedad a que te refieres pero mucho más aguda. Harto de médicos, consultas, referencias, desahuciado, encontró el camino, mejor dicho, su confesión tuvo eco y le salvó de la tortura que él mismo se imponía, y fue el pedirle a su Dios que le redimiese de sus dolencias. Dios no habla pero oye y esa deferencia  llegó un momento que le mitigaba los dolores o las manías, como tú quieras, y ese monólogo con la divinidad derivó hacia su egocentrismo, y al extirpar parte de él, recuperó el amor a sus semejantes y a sus seres queridos, con los que hoy día intenta y a veces consigue compartir sus penas y alegrías. Los dolores hay que olvidarlos, ignorarlos, si les haces caso te esclavizan, me decía.

 

     - Entonces ¿seré en verdad hipocondríaco? Como habrás deducido, el personaje de referencia era yo. ¡Gracias amigo! por esta lección, por tu ayuda, voy a intentar pensar y seguir tu ejemplo, bueno, el del segundo personaje que no pongo en duda sea un amigo en común…

 

     - Difícil te va a resultar pero es posible, es como el dejar de fumar después de veinte años con el vicio, pero como digo posible es posible, y si tienes fuerza de voluntad lo conseguirás y seremos, te lo confieso, dos náufragos que llegan sanos a la playa de rubia arena. De lo contrario en tu lápida mortuoria que ya puedes encargar pon la inscripción de aquello: ¡¿VES, Ves.?! Tenía toda la razón.

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