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Manuel Gisbert Orozco

 

SOMOS TUBALANOS

(por Manuel Gisbert Orozco )


     Cuando estudiaba historia, a mediados del siglo pasado, los libros nos contaban que los primeros pobladores de España fueron los iberos que se juntaron, en el buen sentido de la palabra, con los celtas y formaron los celtiberos. Después vinieron los fenicios, los griegos, los cartagineses y los romanos que fueron la sal, el ajo, la pimienta y el perejil que sazonaron el guiso anterior. Los suevos, vándalos, alanos y godos nos dieron la fuerza de las tribus bárbaras. Los árabes nos lo dieron todo y cuando les sacamos todo el jugo los expulsamos, eso sí, con la ayuda de los francos. De ahí salió la célebre raza española que conquistó el mundo con la misma facilidad que posteriormente lo perdió.

  

     Para entonces Darwin ya hacía tiempo que había descubierto que descendíamos del mono, pero el Régimen no estaba por la labor de dar su brazo a torcer, y hasta que no se descubrió el hombre de Orce, los restos de Atapuerca y otro fósil antiguo en Cataluña, no le han dado la razón al inglés.

  

     Si curiosa es esta historia que nos tocó estudiar, peor habría sido que hubiésemos nacido a principios del siglo XVII y estudiado con la historia que escribió un tal Gerónimo Pujadas.

  

     El susodicho tuvo que asirse a las fuentes de la Biblia, no sé si porque no tenía otras o para evitar que la inquisición le buscase las cosquillas. Por ese motivo duda si los primeros pobladores de España fueron los descendientes de Adán y Eva o los de Noé.

  

     Nuestros primeros padres no tuvieron únicamente dos hijos, Caín y Abel, como la mayoría de la gente cree. Entre otras cosas porque no hubiesen podido perpetuar la especie al no ser, se supone, hermafroditas, aparte de que no se podían ver ni en pintura. También tuvieron alguna que otra hembra y así sabemos que Caín se casó, es un decir, con su hermana Calmana, con la que tuvo varios hijos. Lo propio hicieron otros de sus hermanos saltándose a la torera la ley endogámica de la consanguinidad y así nos va a las generaciones posteriores. Ignoramos qué descendientes de Adán y Eva fueron los primeros pobladores de España, aunque en definitiva nos importa un pimiento pues se ahogaron todos, unos años después, durante el diluvio universal.

  

     Noé tuvo, en principio, tres hijos: Sem, Cam (¡mira tú!, como la Caja) y Jafet. Se salvaron del diluvio los cuatro con sus respectivas esposas y su zoo particular y desde entonces se aplicaron a la máxima de “creced y multiplicaos”. Noé, a pesar de su avanzada edad y de que su esposa no debía de estar para muchos trotes, llegó a tener treinta hijos. Claro está que esto lo cuenta el cronista Beuter, que tenía y tiene fama de contar más mentiras que Pinocho.

  

     Se supone que los hijos imitaron a sus padres e hicieron lo propio, hasta el extremo que ya no cabían donde estaban y no tuvieron más remedio que emigrar.

  

     Entonces Noé envió a Sem a Asia, a Cam a África y a Jafet a Europa. Pocos milagros pudo hacer éste en tan extenso territorio, máxime si le hacemos caso a San Agustín que dijo que sólo tuvo ocho hijos y siete nietos.

  

     Fue Túbal, su quinto hijo, al que cupo el honor de poblar y habitar ese trozo de piel de toro que posteriormente se llamaría España. Cierto es que después a algunos les dio por llamarlos iberos, celtíberos o Hispanos, pero en realidad todos somos Tubalanos.

  

     Como en todos los sitios cuecen habas hay algunos que dicen que el primer poblador de España fue Sefarat, pero nadie sabe decirnos a que linaje pertenecía y cuando llegó. Los más osados dicen que el tal Sefarat podría ser el séptimo rey de Asiria, pero este vivió quinientos años después de Túbal y tal como están las cosas no es cuestión de quitarle antigüedad a nuestro viejo país.

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