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NARDO
(por Gaspar Llorca Sellés)


     Núblase el cielo, truena el espacio, la oscuridad viene amenazadora, el silencio se esconde por los rincones, el río está detenido y el tiempo se para; la naturaleza se ve sorprendida ¿qué sucede?, se pregunta, y olvida al instante ante un nuevo estado que vence al horror: el sol manda sus mejores y nuevos rayos, luz blanca, inmaculada, se derrama en árboles, montañas, picos y valles; pétalos que se esparcen sembrando olores y perfumes, los pájaros trinan sus mejores melodías, las mariposas se confunden con las amapolas y el viento manda a su hijas más pequeñas, las brisas; todos quieren participar en el acto, no saben cual es, debe ser la unión de divinidades o el nacimiento de alguna nueva que viene a colmar las ausencias del Paraíso. Todo es fiesta, alegría y satisfacción, no hay palabras, no hay malicia, se espera el bien en aquel rincón libre de hombres y dioses. En un momento en el que el miedo no cabe: los pájaros, los habitantes del bosque tanto vegetales como animales, la luz y los vientos, el frío y la calor, el río, los manantiales, salen ilesos y vuelven a su estado de gracia original.

     En su trono, el dios supremo manda llamar a los dioses menores, y que se busquen y traigan a los desterrados; necesita saber, es la primera vez que su sabiduría no alcanza a comprender: “¿qué ha sido? ¿quién nos ha despertado del placentero sueño? Y ¿qué es esa luz que compite con el dios sol? ¿Quién la enciende? ¿un nuevo amor de la luna? Pálida la he visto, escondida la encontré la última noche. ¡Que venga Eolo!”. Se enfurece. Él viaja y sabe de todo sitio y lugar. “¡Traedme a mi esposa! A los oráculos, necesito saber ya; que venga cualquiera que sepa algo de lo sucedido!”, grita, y el palacio tiembla. Héroes, dioses menores  y astrólogos llaman a asamblea. ¿Hay referentes a lo ocurrido? Que se hagan ofrendas, que se lea el vuelo de los pájaros. “Buscar en los mares, cuevas, montes y ríos, encontrar el mensaje”.

     Un niño dios de otro confín pide audiencia, y ante la corte aclama:

     - Soy el hijo que abandonaste, no soportabas mi hermosura, maldecías mis llantos y tus celos me llevaron al desprecio, ni padre tuve ni de madre supe. El ojo del volcán era mi destino, pero el Águila me salvó, viví con ella en los picos más altos de las montañas, y desde esa atalaya y con mi familia alada llevo años guardando tu reino. Sé lo sucedido, no se asuste padre. Todo ha sido el estallido producido por el nacimiento de una nueva criatura, unión de dos poderes. Te profetizo alegría, sueños, limpieza y claridad de cerebro, es un nuevo ojo, tú lo querrás.

     -¿No es un nuevo enemigo? ¿No es una conjura? ¿De dónde han salido esos poderes que yo ignoraba? Si en verdad eres  aquel hijo que dices, infórmame y señala eso nuevo para estar prevenido.

     - Son dos ninfas que se amaron en tu harén, largo tiempo probaste sus gracias, siempre en otro estado y por separado, las despreciaste y se han visto obligadas a su fusión que el mismo cielo se alteró. Os traerá placer y dicha, tus pensamientos serán lavados y adquirirán claridad. Tu corazón rebosará de amor que has de dar a los humanos y una igualdad perpetua. No ensucies estos bienes, sabes que los hombres y los héroes son maliciosos, y los mismos semidioses y dioses, no quiero señalar.

     - Dime el nombre de las ninfas de que se compone y del nuevo neófito.

     - Ellas son: Absenta y Café Helado. Y el nuevo dios ha sido llamado Nardo.

     Y la proporción ha sido una parte de absenta por dos de café aproximadamente, el café granizado, como llegado de la altas cumbres heladas, puro con frío en el alma, cristalizado de dentro hacia fuera y la absenta perfección máxima 65 grados de poder.

     - ¿Cómo sabes tanto de ello? ¿no serás un falso hijo que viene a inquietarme?

     - Fui errante como ellas durante mucho tiempo, me ayudaron en mi desgracia, luchamos juntos contra muchos dioses que saben nuestros orígenes y querían vengarse de vos. A veces, sí, muchas veces peleamos por tu trono y tu familia.

     ¿Debo darte las gracias?

     ¡No!, no es por ti, bueno también, pero vengo por ellas, les prometí que te daría a conocer el suceso. Solamente queda una advertencia: cuando la parte de la ninfa Café pierde su estado cristalino y se licua, disminuye notablemente sus gracias. Animadversión de la diosa Discordia que no fue invitada.

     Cuando esto sucedía, en un pueblo mediterráneo, en un bar cuya esquina desafiaba a las calles, como proa a las calamidades que se esperaban, (era su amo un capitán de mar, viejo y anclado),  se servía la absenta mezclada con agua. El calor, la sed, la configuración de los astros, el destino, lo desconocido, hizo que unos asiduos clientes apoyados en el mármol del mostrador,  mirándose a los ojos lanzaron un grito de ¡SÍ! Y al unísono “en vez de agua café helado”. ¡Qué dicha, qué placer! Al tercero, capitán incluido, cantaban aquello “Nardos caballero, el que quiere a una mujer...Nardos”, y la coincidencia fue hecha.

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