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LA PULSERA DE FUEGO
(por Ana Burgui)


     Elisa miraba fijamente la pulsera que rodeaba su muñeca izquierda. Era un “cordón” trenzado de oro, a primera vista podía parecer una goma o una cuerda fina, pero el color singular del oro y su finura trabajada le daba el realce que contenía en su pequeño porte. Se la había regalado Juan; en aquella época era su novio y fue el regalo de “pedida”, después fue su marido y ahora su ex-marido. “Siempre la llevaré puesta” -había dicho Elisa- y nunca se la había quitado, hasta ahora. Tuvo una extraña sensación al quitársela, después de 30 años, se quedó pensando si lo que sentía era una pérdida. ¿Se desprendía de lo que consideraba como el símbolo de su unión con él? A veces centramos nuestras emociones en cosas que parecen que nada tienen que ver con el sentimiento que las conduce. Guardó la pulsera en una caja que había pertenecido a un reloj que le habían regalado hace poco y la dejó en el fondo del cajón en su mesilla de noche.

     Siguió su vida, el trabajo era el que llenaba todas sus horas, no tenía hijos y su familia era corta y vivía en otra ciudad, el teléfono era su vía de contacto. Una noche, se disponía a meterse en la cama con un libro para leer, siempre leía antes de dormir, aunque el cansancio hacía mella en ella cada vez más pronto, cuando detectó un leve olor a quemado, se encaminó hacia la cocina, ¿había algo en el fuego? estaba segura de que no, pero fue a mirar. Efectivamente no había nada, la cocina estaba recogida y limpia. Volvió al dormitorio, al entrar el olor se hizo más notable. ¿Que podía oler a quemado? Enchufes, cables, la televisión, el equipo de música, el ordenador, lo repasó todo, tenía tantas cosas. Entró al cuarto de baño que estaba incorporado al dormitorio, miró enchufes, secador, pero allí no olía a quemado. Sorprendida y ya inquieta se sentó en el borde de la cama, su olfato le indico el cajón de la mesilla de noche. Al abrirlo detectó el olor a quemado, ¿esperaba encontrar humo? Vació el cajón, solo al coger la caja donde estaba guardada la pulsera detectó el calor, al abrirla vio las marcas quemadas que había dejado la pulsera sin embargo, ésta estaba fría. Sorprendida y sin saber cómo entenderlo la cogió y la guardó en un joyero que tenía dentro del armario.

     A la mañana siguiente, bien temprano, se despertó sobresaltada y de inmediato se levantó a mirar el joyero. Allí estaba la pulsera, había dejado las marcas quemadas sobre el lugar en el que había estado apoyada, sin embargo estaba fría y fue al cogerla cuando vio en su muñeca izquierda las marcas quemadas que ya conocía. Se quedó inmóvil, sin una explicación que poder entender mientras las acariciaba una y otra vez.

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