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LA RISA DE DIOS
(por Gaspar Llorca Sellés)


     Pasea y mira, escudriña, explaya su mirada en busca de esencia vital habida en aquellos sitios y lugares ancestrales, hoy testigos mudos de años ha. Son calles y plazoletas, empedradas con cantos rodados de centenares de años, con sus casas con balconadas de hierro fundido que terminan en ventanucos y en sus aleros, registros de su nacimiento, fechas con números romanos de muy antiguo. Gusta de ese deambular jugando con los tiempos, llevando a que su imaginación fuera de normas y leyes sea testigo directo del vivir de hace siglos, y en un circuito neuronal de deseos, recuerdos e inspiraciones, puebla aquellos lugares de sus antiguos moradores. Se siente trasladado y convive con ellos, entre gentes de habla antigua; no percibido, le permite contemplar con libertad sus usos y costumbres y le absorbe el cariño de vecindad y amistad de aquellas gentes; los niños van vestidos con pantalones cortos y tirantes de ropa, calzados con alpargatas y alguno descalzo, corretean y se lanzan pieles y trozos de naranjas de las que entre risas comen; y el abuelo con blusa sobre sus hombros y alpargatas con cintas negras liadas en tobillo, les amenaza con esforzada maldad, garrote en alto. Y están las madres con sus batas de colores vivos que les riñen a grito pelado mientras tienden la ropa, barren la calle y charlan entre ellas; hay unas vestidas de luto tejiendo redes, que mueven en señal de resignación su cabeza cubierta de pañuelo negro, recordando sus penas. Otra amamanta a su hijo en la calle, sentada en silla baja, mientras le dice algo a otra hija que se asoma al balcón.

     Para y sigue, con pasos lentos, abriendo su alma a aquel clamor amoroso y tierno, de aquel vivir que envidia y admira con un deje místico.

     Mi bisabuelo era aquel, se dice, que baja los escalones de la empinada calle; sí, tenía un horno en el que trabajaba junto a sus hijos, numerosos en principio pero poco a poco reducidos por su emigración a otros lugares más ricos y modernos y de más porvenir. Él los soñaba infantiles, jóvenes, alegres, y quería introducirse entre ellos, empujarse y rozarse, tocar aquellas carnes que llevaban su misma sangre, piensa con sonrisa beatifica. No, no he tomado sustancia alguna, esta drogadicción es un revuelco cerebral producido por sentimientos.

     De momento un cante, una canción de timbre o sonido de época, alegre ella, que le detiene; escucha su letra y entiende su estrofa o se la crea, no está seguro, que dice así como “vamos alegres a la Casa del Señor”. Sí, sale de la iglesia. Se ve que ha terminado el oficio ya que la gente la abandona. Siguiendo su fantasía, traspasa el umbral ilusionado y busca aquella alegría que cantan, el templo está oscuro, alguna vela alumbrando imágenes, imágenes antiguas y nuevas, casi todas ellas metamorfoseadas por el culto de sus creyentes, por el amor, el cariño y la fe que les dedican sus adictos. Pero siguen tristes, no ve alegría ni en los santos ni en sus acólitos, nadie nos recuerda a Jesús alegre, lleno de amor, y amor dijo que es felicidad, el “dejad que los niños se acerquen a Mí”. Sí, y que jueguen conmigo, y que me tiren de las barbas y que nuestras carcajadas se oigan en todo el mundo. Y el visitante se pregunta quién prohibió la risa y la alegría en casa del Señor, ni pintores ni imagineros se atrevieron a poner en los labios de sus obras esa sonrisa que Él busca por tener su carácter humilde y sincero, su alma intacta y libre de prejuicios.

     Y va pasando de altar en altar y su búsqueda no tiene suerte, no lo encuentra, y se rebela. Al intentar abandonar el templo se queda contemplando un paso en el que la Virgen, bajo la Cruz, sostiene la cabeza del Hijo crucificado ya desprendido de ella. Se queda contemplándolo y siente y ve que Jesús está llorando: Dios sí que llora, y piensa en el Hombre y el Hombre sufrió y lloró por la humanidad, por las desdichas del mundo y dio la vida por su salvación, y el Hombre también fue Niño, y el Niño rió y jugó. Por fin encontré la verdad, se dice a sí mismo: Dios llora por los hombres pero también ríe por ellos y en ellos.

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