Índice de Documentos > Boletines > Boletin Febrero 2011
 

Mª Teresa Ibañez Benavente

UNA HISTORIA DE AMOR Y DESAMOR

(por Mª Teresa Ibáñez Benavente)


Debió ser más o menos en el 62. Ese verano, como todos, nos fuimos desde Villajoyosa a Ayora, allí hacíamos las compras necesarias para después trasladarnos a la sierra, a catorce quilómetros del pueblo, al “Carrascal”. Estábamos acostumbrados desde muy pequeños a pasar allí el verano. No nos importaba que no hubiera electricidad, por lo tanto ni cine, ni discotecas ni nada de esas cosas. También venían mis tías con sus hijos y todos los primos mas algún amigo invitado que traían. Nos lo pasábamos estupendamente.

   

Todos los años encontrábamos el mismo problema, la chica que teníamos en Villajoyosa, a pesar de estar algunos años con nosotros nunca se quería venir a la sierra, no había manera de sacarla de La Vila. Le buscamos sustituta, se llamaba Caridad. Debía de ser de un pueblo de Murcia o Andalucía. De esos pueblos del sur llegó mucha gente a trabajar cuando empezó a construirse el pantano del Amadorio. Caridad, o más bien Cari como empezamos a llamarla enseguida para abreviar, era menudita y vivaracha, tenía el pelo rizado, pequitas en la cara y unos ojos grandes y bonitos, era muy mona.

  

Pronto se hizo amiga de Consuelo, la chica que tenía mi tía Matilde. Consuelo era hija de los medieros que había en “La Casa Moreno”, una finca que estaba a media hora o poco más del “Carrascal”. Las tardes que tenían poco trabajo se iban las dos a visitar a la familia de Consuelo, que tenía varios hermanos. Entre ellos estaba Rafael, alto y un poco rubio, bien parecido y bastante timido, sobre todo ante aquella muchacha que le pareció preciosa y que era más o menos de su edad.

  

Debió ser amor a primera vista, pues Rafael le pidió a su hermana que le dijera las tardes que podría ir a verlos y así procuraría tener el ganado cerca de la casa para poder acercarse y ver a Cari. Él era el encargado de apacentar el ganado. Otras tardes lo dejaba al cuidado de sus hermanos y se acercaba al “Carrascal” para poder hablar un rato con ella.

 

Debió ser para él el verano más bonito de su vida ya que era nuevo en esas lides. Pero se terminó el verano y tuvieron que separarse con mucha tristeza, no sin antes prometerse que se escribirían y que en cuanto él hiciera la mili buscaría un trabajo para estar cerca de ella.

  

A los dos les debía costar mucho escribirse, sobre todo a él, pues a los niños que vivían en las masías de Ayora les era imposible ir al colegio. No había autobús que los recogiera. Recuerdo que al “Carrascal” iba un hombrecillo un poco jorobado, con unas lentes de culo de vaso y una moto destartalada. Llegaba a las fincas más cercanas a la carretera que une a la sierra de Ayora con la de Enguera, y enseñaba a los niños y a veces a los mayores a leer y escribir y a hacer algunas cuentas, le pagaban de vez en cuando con un pollo, un conejo, huevos o algo de dinero.

  

No sé cómo aprendió Rafael, puede que le enseñara su hermano mayor o quizá fue este señor que digo. Lo cierto es que cumplió lo prometido y robando horas al sueño y a la luz de un quinqué (más bien sería un candil) le escribía a Caridad.

 

Ella le contestó unas cuantas veces y después dejó de hacerlo. Él al principio pensó que ella tendría más trabajo o estaría algo indispuesta o se habrían perdido las cartas, que se las mandaban a casa de unos parientes. Después empezó a ponerse triste, dejó de tocar la armónica y fue perdiendo el apetito y las ganas de hablar. Un día le pidió a su hermano mayor que le dejara la moto para ir a Villajoyosa a verla. Su hermano le dijo que ni hablar, que apenas sabía conducirla y que no podía marcharse con ella tan lejos (las carreteras de entonces no eran como las de ahora). Rafael le dijo que a cambio le haría el favor que le pidiera, pero no lo convenció. Un día cuando se levantaron vieron que el ganado seguía en el aprisco y que no estaba ni el pastor ni la moto.

  

Yo me lo imagino, no sobre una pobre moto sino sobre un hermoso caballo con las crines sedosas al viento, como un príncipe valiente con la espada desenvainada y dispuesto a enfrentarse a un furioso dragón para liberar a su amada. No estoy diciendo ninguna tontería pues aunque la moto y la carretera sean menos románticas que el corcel y el camino medieval, los sentimientos, la valentía y la aventura frente a lo desconocido eran los mismos.

  

Llegó a La Vila y tras preguntar varias veces por la dirección que llevaba pudo llegar al sitio deseado. Los padres de Cari lo conocieron enseguida, pues mi primo Juan les había hecho una foto a los dos sentados en el rulo de la era y les dio una copia a cada uno, que Caridad debió enseñar a sus padres. Era lo que menos esperaban. Lo miraron extrañados, serios y confusos, no sabían qué decirle. Él les preguntó que si estaba enferma o le había ocurrido alguna desgracia. Le dijeron que comiera algo y después hablarían, Él no quiso nada, sólo quería saber.

  

Le dijeron que a Caridad la cortejaba un chico de un pueblo de Murcia que no tenía buena fama y que a ellos no les gustaba, y que un día había desaparecido con él. Le contaron que en algunos pueblos de Andalucía y Murcia era costumbre marcharse con el novio para así adelantar la boda. Él los miraba con los ojos muy abiertos y brillantes; cuando pudo hablar les dijo si podía verla, que a lo mejor hablando con ella la convencía y la hacía volver. Dijeron que no, que estaba embarazada y pronto se casarían.

   

Sin decir nada salió de la casa arrastrando los pies como un viejo. Cogió la moto para regresar, las lágrimas le hacían ver borrosa la carretera, sentía un dolor en el pecho como si se lo hubieran atravesado. En un cruce de carreteras no vio el “ceda el paso” o quizá sí, un camión enorme lo lanzó muy lejos y en un momento se terminó su dolor, su desengaño, su vida.

Volver