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TENGO QUE SACARLE PUNTA AL LÁPIZ

 

Una excusa que ya no sirve.

En su libro Los dragones del Edén, Carl Sagan traza la evolución del cerebro humano y, para nuestra mejor comprensión, agrupa en un Calendario cósmico los 15 billones de años de vida del universo en un único año de doce segmentos. De manera que el Big Bang es el 1 de enero, y el 9 de septiembre aparece el primer ser humano. En la escala empleada, cada segundo de dicho año cósmico equivale a 475 años, con lo cual, la primera barbacoa la celebrarían nuestros antepasados 396.000 años antes de que apareciese el primer alfabeto y, lo más curioso, lo que más ha llamado mi atención es que la escritura ocupa los 9 segundos últimos del día 31 de diciembre.

Conforme a los cálculos de Sagan, la escritura tiene, pues, 4.275 años de edad, aunque, al verla en el Calendario cósmico ocupando los últimos segundos del año, me enternecí como si me hubiera encontrado un bebé recién nacido, porque no es lo mismo mirar a la escritura como algo ajado que está en las últimas, que verla inmarcesible o, mejor aún, sentirte atraído por la lozanía y vitalidad propias de un bebé que te tiende los brazos, anheloso de ser acogido.

Diremos de pasada lo fácil que hubiera sido excusarse en la Edad Media a la hora de escribir. Pero hoy día, con ordenador y con Internet, no caben excusas. Internet, red mundial de computadoras donde se maneja la información a la velocidad de la luz y sin restricción alguna; donde el individuo se torna dinámico y participativo y la respuesta es inmediata, parece la circunstancia que marcará una época. Todas las personas tienen acceso a la información actualizada y a la comunicación masiva en tiempo real.

Mi afición a la escritura es anterior; surgiría de mi vieja costumbre de tomar notas en apoyo de la memoria, o del deseo de dejar algo escrito para la familia, y del desenvolvimiento profesional ciertamente, pues solía dejar constancia escrita de cuantas razones decidían mis actuaciones más comprometidas. Comoquiera que fuese, debo a la escritura mi gran respeto a la verdad, un gran cambio en el papel de mi memoria, la fijación de conocimientos y el intercambio de valiosa información, entre otras cualidades fácilmente deducibles. Ahora, con muchos años y con Internet, escribir, más que un gozo, me parece una obligación, y trataré de explicar por qué:

Estoy convencido de que todos podemos dar más de sí, y en tal sentido, me motiva la particular interpretación de la parábola evangélica de san Lucas (13, 6-9): “Tenía uno plantada una higuera y vino en busca del fruto y no lo halló. Dijo entonces al viñador: Van ya tres años que vengo en busca del fruto de esta higuera y no lo hallo; córtala; ¿por qué ha de ocupar la tierra de balde? Le respondió el viñador y dijo: Señor, deja aún por este año que la cave y la abone, a ver si da fruto para el año que viene…; si no, la cortarás”. Además, creo que todos venimos al mundo para proveer interpretaciones conscientes de los sucesos de la vida desde nuestras circunstancias personales, únicas e irrepetibles, y cada uno es, individualmente, responsable de la calidad de su colaboración creativa.

Ahora bien, es sabido que un ego colectivo manifiesta las mismas características que el ego personal. Y en nuestra Asociación –lo mismo que en cualquier grupo, club o peña–, se agranda el sentido del yo, pues uno se identifica con el grupo. En la Asociación se trabaja desinteresadamente por el bien de los asociados y, con eso, uno se siente feliz y hasta realizado, pero olvida aquella responsabilidad individual creadora antes mencionada. Lo ideal sería que la finalidad esencial de la Asociación trascendiese los intereses grupales, por ejemplo, cultivando conocimientos humanos en beneficio de otras gentes vía Internet. Porque, encima, estrujarse el cerebro en beneficio ajeno es, también, muy saludable.

                                                                                              Matías Mengual

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