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Jaime Ronda Orozco

¿QUIEN ERA?

     En ese preciso instante sonando estaban las cuatro de aquella madrugada. Corrió sin saber a donde dirigirse. Lloraba, lloraba como nunca lo había hecho, y, aferrada por conseguir su objetivo, mantenía inútilmente su desconsuelo. Salió a la puerta, y allí no había nadie.

     -¡Saldrá a su encuentro sin buscarla!, le dijeron. El obsesivo y pertinaz esfuerzo le bloqueó el paso, y la confusión le impidió conseguir vislumbrar qué dirección o ruta debería tomar. El sol brillaba por su ausencia mientras la luna, muy generosa, derrochaba por doquier su resplandor. Nadie había por la calle. Poca información podía recibir de aquellas zigzagueantes criaturas que deambulaban al ritmo de una mala ingestión que tomaron para olvidar. Simulaban el navegar de una barquichuela a la deriva en medio de un agitado y tempestuoso mar a la espera de aquel reflejo solar, todavía oculto, y que tardaría mucho en anunciar su presencia.

     Mientras tanto iba aglutinando espacios de tiempo y lagunas interminables, con el consiguiente aumento de la angustia, acabando siendo presa y víctima de su propia obstinación.

     Al borde del precipicio estaba, la plena integridad física y psíquica de su vida peligraba. El desconcierto llegó a apoderarse de su persona, y la oscuridad le bloqueó la orientación y el camino de regreso. A la deriva se precipitaba su destino.

     Había escogido la dirección contraria, con el consiguiente aumento de la obsesión que le estaba provocando la incógnita de esa llamada. Trataba desviarla de su mente, pero a la vez temía asumir aquella supuesta realidad que estaba aniquilando paulatinamente su existencia.

     ¿Quién era? ¿Dónde estará? Llegó a plantearse la pregunta y no logró una respuesta convincente. ¿Ciertamente era una llamada? ¿Y si así fuera, por qué no dio la cara y se escondió como una traidora? Atraviesa por unos momentos repletos de grandes dificultades. ¿Nadie la habrá visto? ¿Será muy hermosa? Y a la vez cuestionaba todo lo contrario: muy fea y traidora.

     Sumida en esa situación de desasosiego, advierte la presencia de un humilde carretero, se le plantó de frente y le hizo la misma pregunta. El carretero, al verla tan agobiada, le propuso primero que se tranquilizara, y después hablarían de su posible paradero porque al parecer, le dijo, en una ocasión también llamaron a su puerta y no tuvo mas remedio que enfrentarse con ella. -¿Con quién? le increpó la señora.

     Por lo pronto experimentó un alivio su palpitante respiración, y la ansiedad se transformó en calma y sosiego. Una vez pacificado su espíritu, el buen carretero le preguntó muy extrañado: -Pero, ¿Es que usted no la ha visto nunca? -No, no señor, ¡nunca!, exclamó ella.

     -Siento defraudarla, señora, ¡Dígame por favor donde está!, le replicó nuevamente. El carretero, incapaz de facilitarle una correcta respuesta, enmudeció por unos instantes para tratar de controlar la confusión que empezaba a rondar por su cabeza. -¡Dígamelo por favor, que usted sabe donde está!, volvió a insistir de nuevo la señora.

     Escasos segundos permaneció en silencio, y dirigiéndose nuevamente a la señora, le dijo: -Sin apenas abrir la puerta ni advertir su presencia se introdujo en mi casa; y a por los míos venía. Era terrible, fea, e inoportuna -le dijo el carretero-, pero hay que recibirla siempre con mucha entereza, porque se trata de un profundo salto al cual hay que hacer frente, aunque resulte muy duro y difícil de aceptar, pero es un tributo y una misión a la que, obligados, nos tenemos que enfrentar, y asumirlo con todas sus consecuencias cuando se acerque y llame a nuestra puerta.

     Ella no se atrevió a mediar palabra, cayendo en una profunda depresión. ¿Era hombre o mujer?, le preguntó, ¿no era hermosa como una rosa?

     -Señora, insistió el carretero, es mejor que no la siga buscando, y trataré de enseñarle el lugar donde podría encontrarla, porque muchas veces también suele dar testimonio de su presencia con cara afable, atractiva, encantadora y generosa. Atrapada por su propia obstinación, ya no se atrevió a formularle más preguntas. Cuando el buen hombre advirtió que aquel rostro agobiado y depresivo se había transformado en otro sonriente y liberado, entonces empezó a contarle la verdad de aquella LLAMADA.

     -Una vez, empezó a relatarle su historia de la siguiente manera: Cuando compartía la vida con su esposa se les presentó con una sonrisa, y de su rostro irradiaban unos rayos deslumbrantes que reflejaban una verdadera paz, permaneciendo así durante cierto tiempo.

     -¿Pero era hombre o mujer? Insistió de nuevo la señora.-Tranquilícese, y ayúdeme a clarificar el significado de esa verdad, le propuso el carretero.

     De repente se ausentó de casa -continuó el noble señor-, sin saber nada de su paradero, y entonces empezaron a preocuparse por ella, porque el tiempo que compartió la estancia con ellos les proporcionó y colmó de gran felicidad. Mientras tanto, su mujer empezó a enfermar, previéndose un inminente y trágico final.

     La enfermedad estaba ya generalizada y dominaba todo su cuerpo. Pocos días permaneció entre los suyos, hasta que un día gris y oscuro se oyeron unos gritos y golpes en la puerta. Se enfrentó de nuevo a la verdad, esta vez con un rostro cadavérico y de una compleja significación, anunciando el terrible desenlace que se estaba produciendo en el interior de su morada.

     Atemorizado, dice, se metió en casa, cerrando la puerta, y al llegar a la habitación se encontró a su esposa agonizando. Ya nada se pudo hacer por ella, ni siquiera cruzar unas simples palabras.

     Pasaron los días, no recuerda cuántos, comprobando como una nebulosa figura penetraba en su hogar, y el carretero preguntó muy extrañado: ¿Quién era?, -SOY LA VERDADERA VERDAD DE LA VIDA que vengo a llevarme a tu madre. -¡No!, ¡No puede ser! Y bruscamente le increpó: -¡Vete!, ¡Vete! ¡No vuelvas más por aquí! Pero de nada le sirvieron las súplicas.

     -Pasó el tiempo, y un día, con un amanecer impregnado de falsa apariencia, le dijo el carretero, atravesaba un lugar inhóspito y solitario, cuando de repente se encontró con una anciana apoyada sobre dos bastones. Su cara y expresión era la de tener pocos amigos, presentando un rostro sumamente deteriorado, y necesitaba la ayuda de otra persona para poder desplazarse de un lugar a otro.

     Se cruzaron las miradas. No resistió la tentación y le preguntó: -¿Quién eres? ¿A dónde te diriges?, y la respuesta fue tan dura como el aspecto de su cara: -¡SOY LA VERDAD DE LA VIDA! ¡ACOMPAÑAME! Mientras tanto se oyó una voz que le decía: -Tus buenas obras prevalecerán sobre las malas.

     El carretero le hizo comprender que, a pesar de la terrible experiencia, existía la esperanza y el enfrentamiento con el mas allá, debiendo asumir esa llamada con la máxima naturalidad y evitando ese agobiado desenfreno que le hacía perder los estribos. Desde ese momento ya no le importó encontrarse con aquella cruda y dura realidad de la vida, que era la VERDADERA VERDAD, aceptando muy humildemente esa llamada a la eternidad.

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