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     SER FELIZ SIN NINGUNA RAZÓN     


Matías Mengual 


     Hay quien afirma que la felicidad que se debe a una razón es una forma de desdicha, porque esa razón nos puede ser arrebatada en cualquier momento. Probado está. No obstante, concedamos que, mientras no te arrebaten la causa de tu alegría, puedes sentirte feliz ¿no? Pues, sí. Porque la felicidad es lo que acompaña a toda satisfacción. Pero hoy nos entenderemos mejor si intentamos verla como un modo de existir, y no como objetivo o fin de impulso alguno.

 

     San Agustín entendió la felicidad como fin de la sabiduría, como la posesión de lo verdadero absoluto, es decir, de Dios; cualquier otra felicidad ha de estar subordinada a aquélla. Santo Tomás de Aquino definió la felicidad como "un bien perfecto de naturaleza intelectual"; en último extremo, la felicidad es también para él el conocimiento de la verdad absoluta, o sea, de Dios; pero dado que un conocimiento absoluto de la esencia de Dios no es posible en esta vida, sino tan sólo en la vida futura, la conclusión que se extrae es que sólo tras la muerte es posible alcanzar la felicidad. La filosofía de Epicuro, en cambio, es fruición ante todo, y no intelección, de la vida. Por supuesto, Epicuro no desprecia el conocimiento de la verdad, porque si la fruición es el fin, el conocimiento es la condición para la fruición, complacencia o goce, dado que es imposible vivir en la felicidad si no se conoce la verdadera constitución del hombre y las cosas. Por último, los pensadores modernos también se ocuparon de la cuestión de en qué consiste la felicidad. Si bien aparecen en ellos planteamientos distintos a los antiguos y medievales, hay algo en lo que todos coinciden, a saber, que la felicidad no puede presentarse nunca como un bien en sí mismo, ya que para saber lo que es la felicidad hay que conocer el bien o bienes que la producen.

 

     Deepak Chopra, en su libro reciente “Poder, Libertad y Gracia”, nos dice que la felicidad radica en la comprensión del misterio de tu propia existencia; que es un estado de consciencia que ya existe dentro de nosotros, pero que, a menudo, está completamente oculto por nuestras preocupaciones cotidianas. Particularmente, me ha gustado la idea de que ese estado de consciencia exista ya en nosotros, porque nos explicaría a cuantos unamos experiencia y reflexión, por qué podemos evocar momentos íntimos de satisfacción plena, tranquila y perfecta, durante los cuales, si hubo placer, no pudo haber sido otro que el goce particular del momento, lo único deseable por sí mismo.

 

     Aún así, no es de extrañar que sigamos preguntándonos cómo se puede ser feliz sin ninguna razón; de ahí que resalte lo más interesante de lo que dice Chopra: “Todos somos prisioneros del intelecto. Y el error del intelecto es, en una sola frase, éste: confunde la imagen de la realidad con la realidad misma. Mete a la fuerza el alma en el volumen de un cuerpo, en el intervalo de tiempo de una vida, y así se crea el maleficio de la mortalidad. La imagen del ser eclipsa al Ser ilimitado, y nos sentimos aislados o desconectados de la consciencia infinita, nuestra fuente. Este es el comienzo del miedo, el nacimiento del sufrimiento y de todos los problemas de la humanidad, desde nuestras pequeñas inseguridades a nuestras grandes catástrofes, como la guerra, el terrorismo y todos los demás actos de degradación humana. Para quien está atrapado en la prisión del intelecto, ciertamente, todo es sufrimiento. Pero la causa de este sufrimiento puede ser evitada. La ignorancia de nuestra verdadera naturaleza hace que el ser interior quede obscurecido. Pero cuando se destruye la ignorancia se revela la naturaleza poderosa, ilimitada, del ser interior”. Personalmente, puedo decir que el esfuerzo repetido de verte como espíritu que dispone temporalmente de un cuerpo es cada vez más eficaz.

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