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Demetrio Mallebrera

      ALTA FIDELIDAD      


     ¿Se acuerdan algunos de ustedes de la época de los guateques y los picús que eran aquellos aparatos que te llevabas de casa en casa para hacer bailes familiares con aires modernos? ¡Qué va, apenas se acuerda la gente de esos tiempos y de esos aparatos en donde oíamos por primera vez a los Beatles, al Dúo Dinámico, a los Mustang y a los Sirex; algunos a intérpretes más antiguos aún! No quería yo hablar hoy de la prehistoria de lo que todavía hoy se llama invariablemente música moderna o música pop, de la que se han derivado otros nombres extranjeros, impronunciables algunos que, por no escribirlos mal, no los voy a citar. Porque creo que usted, amigo, me está entendiendo. Me remontaba a la edad de piedra de la música comercial y llevadera debajo del brazo porque en esa época, a lo que aún no se grababa en estéreo o era una mezcla de cuatro pistas (luego serían incontables) lo denominaban eufemísticamente “alta fidelidad”, y hasta en la tele en blanco y negro se hizo un programa con ese mismo nombre que hemos entrecomillado que me parece que presentaba Mochi y cantaba, en la sintonía, “para que tengas felicidad” (es que había que rimar y prometer a la vez, aunque sólo fuera un rato de entretenimiento en el que se nos informaba de las novedades discográficas y de la lista de éxitos).

 

     Al poco tiempo vinieron las libertades y los guateques se cayeron del cartel, pasando toda esa nueva industria a la búsqueda de cantantes de protesta y a premiar canciones del verano y mezclar ritmos de la forma más disparatada que, no obstante, dieron buen resultado, por lo que los citados anteriormente (con todos sus colegas de profesión, cuya lista no cabe en el espacio de este artículo) entraron a  formar  parte  de  un  mundo  horrible al que denominaron con desprecio melancolía, que ahora es tratada como una enfermedad. Cuando casi nadie discurría en términos políticos (menos en la serie “Cuéntame”, que miente cuando da a entender que no pensábamos en otra cosa), los españoles de medio pelo y los adolescentes apenas sabíamos que estábamos en un régimen militar que si no te metías con él, él, normalmente, tampoco se metía contigo. (También es cierto que éramos demasiado pipiolos). Con esas libertades (que también podían ser otras) vinieron los partidos y las elecciones periódicas y las campañas, y en un brochazo se cargaron lo de la “alta fidelidad”, a la que ahora no me refiero por la perfección de las grabaciones musicales, sino por la lealtad en las parejas y en los matrimonios, pues era algo obsesivo que algunos políticos estaban empeñadísimos en cargarse por mor de la modernidad y el reformismo, metiéndoles a los españoles una rara saña de liberalidad, no tanto para resolver sus problemas sino para creerse remozados. De ahí pasamos a la “alta modernidad”. 

     Dentro de nada vamos a estar otra vez de campaña electoral. ¿Van a vendernos más liberalidad por la vía económica que ahora tanto preocupa, por el carril de la mejora de la enseñanza, por el camino de llegar a fin de mes mediante limosnas oficiales, por la senda de hacernos todos salvadores voluntarios del planeta y enemigos declarados del cambio del clima universal a cargo del estado, o por la vía rápida de destruir y hacer desaparecer abortos a porrillo, por dar mayor empuje al divorcio exprés, o por dar cuatro duros a los mileuristas? ¿No hay propuestas de mayor calado? ¿Quedará algo para las familias, para los que se han quedado sin trabajo y casi sin dignidad, para los hijos que parece que no tengan padre ni madre porque están separados, para las víctimas del maltrato doméstico y del escolar, para los propios agresores que hay que reformar, para los inmigrantes que hay que integrar, para los desesperanzados de este país…? La lista no está acabada, pero el lector y yo ya nos hemos agotado. Queremos soluciones; queremos que no nos mientan; queremos ver educación en la calle. No queremos quedarnos ahora con la alta velocidad para legislar cada problemita.

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