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Manuel Gisbert Orozco

   EL SILLICO DE MI ABUELA 

     No sé si ustedes sabrán lo que es un sillico aunque, tal vez, lo hayan usado alguna vez. Un diccionario de castellano les dirá que es un bacín o un orinal, pero yo no estoy de acuerdo.

     El sillico es el recuerdo más antiguo que tengo de mi abuela, que murió cuando apenas contaba yo con diez años. Ella había nacido a mediados del siglo diecinueve en Játiva, apenas cincuenta años después de que la ciudad hubiese dejado de llamarse San Felipe en honor a un Rey que previamente se encargó de calcinarla. En agradecimiento, los setabenses tienen un cuadro de Felipe V colgado cabeza abajo, porque, hasta ahora, han sido incapaces de encontrar un sitio más doloroso por donde hacerlo. Mi abuela siempre hablaba en valenciano, y cuando intentaba hacerlo en castellano era para soltar una “espardenyá” tras otra.  Por ese motivo siempre he creído que sillico era una palabra valenciana, aunque nunca la he encontrado en ningún diccionario. Ni siquiera en el libro del alcoyano  Eugenio S. Reig “El valencà en perill d´extinció”, en el que debiera aparecer ilustrada con la frase “Mariu, deixa esta nit el sillico a má que tinc la panxa revolicá”. También es posible que no aparezca porque esta palabra no está en peligro de extinción. Sea como sea, esta cuestión me tiene en ascuas y ya  no sé si es este motivo, o el calor que estamos sufriendo durante este mes de agosto, lo que no me deja dormir por las noches.

 

     Si el sillico fuese una planta o un animal, seguro  que  pertenecería  a  la  familia  de  los “Sillonidae”;  género “Taburetus” y la especie sería “mingitorius”, si se empleara solo para  evacuar “aguas menores”, pero si también se emplease para las aguas mayores pertenecería, sin dudarlo, a la subespecie “cagatorius”. Pero es solo un mueble y en su día no mereció la atención de Linneo. Así es que dejémonos de divagar y vayamos al grano.

 

     Para mí el sillico es el mueble que  contiene y oculta el bacín u orinal, motivo por el cual no pueden ser la misma cosa. ¿Cómo es un sillico? Recuerdo que de pequeño, cuando mi padre me enseñaba a escribir y hacía un cuatro con el primer trazo un poco más largo de lo normal y  se parecía a una hache minúscula (h), me decía que eso no era un cuatro sino una “cadireta de cagar”.

 

     Bien. Quítenle el respaldo a esa silla  y ya tienen un sillico.

 

     El de mi abuela tenía el aspecto de un taburete, con patas labradas y arqueadas, de madera finísima y completamente barnizada. Cuando se levantaba el asiento, descubrías una especie de olla de porcelana con una pesada tapa de madera que la cerraba casi herméticamente y ocultaba su contenido.

 

     Mi abuela me decía que no era mueble de pobres, pues hasta los reyes, que comen gloria como pocos pero que cagan mierda como todos, los tenían y usaban en sus aposentos. Con taba que había uno tan cerdo que los lacayos tenían que entrar por la mañana con la nariz tapada con un pañuelo para retirar el sillico y airear y perfumar la habitación antes de despertarlo. No especificaba de qué rey se trataba, pero siendo mi abuela de Játiva, como era, no podía ser otro que Felipe V.

 

     El sillico de mi abuela no era un capricho, sino una necesidad. En una época en que los baños eran una quimera y los aseos apenas existían, el único alivio de la mayoría de los mortales se encontraba en los retretes. Poner el culo sobre un agujero abierto en un frío trozo de mármol, ignorando lo que podría haber por debajo, era solo cuestión de valientes.

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