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CONVERSAR 
(por Pascual Bosque)


     En un escrito titulado “Sobre el delicado placer de la conversación”, nuestro premio Nobel  Camilo José Cela vierte expresiones y criterios tan tajantes como que “ese fino pasatiempo” es “tara más que virtud”, “es algo rigurosamente inútil”, “el conversador cubre de palabras su hondo vacío de ideas”. Y dice todo eso con la contundencia de su autoridad universalmente reconocida, aunque también es  verdad que pone tales palabras en solfa de opinión personal, lo que se agradece, ya que opinar no es sentenciar.

     Insisto en el tema, ya tratado por mí con anterioridad, porque en la actual circunstancia de mi vida el conversar amigablemente en una tertulia, siquiera sea solamente un par de veces por semana, es algo tan grato y reconfortante que ha llegado a integrarse de lleno en mi cotidianeidad. Me estoy refiriendo, naturalmente, al SENADO de nuestra Asociación en Alicante, que sin pretensiones (o con pretensiones), pervive a través de los años y ya ni se toma en broma ese nombre entre los mayores de la CAM.

De tertulia (Gabado de "La Estafeta Literaria")     Parece que lo fundamental en la susodicha diatriba de Cela es la idea de que conversar equivale corrientemente a perder el tiempo. Puede que sí, que, según se entienda, conversar sea una forma de holgar; pero es agobiante ese otro juicio utilitario que aboca necesariamente en el detestable “el tiempo es oro”. Yo pienso que el tiempo no se gana ni se pierde: se vive. Y hay muchas ocasiones de vivir ese valioso tiempo que merecen la pena, aunque sean formas de perderlo con referencia al patrón oro; una de ellas es conversar, que, corrientemente, equivale a convivir.

     Allá por los años 80 tuve la satisfacción de conocer a un hombre importante además de famoso, el arquitecto y urbanista Miguel Fisac, a quien hay que atribuir también cierta condición de filósofo. Para Fisac, el urbanismo es, lógicamente,  inseparable de la idea de convivencia, correlativamente tan deteriorados, uno y otra, en la actualidad. En una de nuestras conversaciones -que, obviamente, no fue inútil ni vacía- fueron surgiendo las diferentes maneras de procurar la convivencia que se advierten en un urbanismo espontáneo, y bastante eficaz al respecto, en los pueblos de la costa y de la montaña de la provincia de Alicante que él había estudiado buscando precisamente eso: las plazas, los rincones, la disposición de las calles, en orden a facilitar ese encuentro relajante de la gente, que necesita hablar, intercambiar ideas, experiencias, expectativas, recuerdos. Muchas veces también banalidades, claro, según para quién. Convivir.

     Tal vez el pensamiento de Cela al escribir esas frases tan duras estuviera en las famosas tertulias literarias que él conoció en su juventud madrileña. Nos suenan los nombres de aquellos cafés, el León de Oro, Marfil, Gijón, Pombo, que asiduamente acogían a discípulos y seguidores de grandes prebostes, como Eugenio d’Ors, García Gómez, Benavente, Cañavate, Dámaso Alonso, José María y Francisco de Cossío, Serrano Anguita, Alfredo Marquerie, etc. etc. y, entre todos ellos, el recuerdo del gran contertulio ausente entonces, Ramón Gómez de la Serna. Había rivalidades y critiqueos, según parece, y unas ciertas dosis de excesiva devoción incondicional, pero aún así la conversación de aquellos escritores de valía había de ser enriquecedora. Creo que Cela fue demasiado severo si pensaba en aquellos tiempos al decir lo que dijo del conversar. A mí, personalmente, siempre me han gustado las tertulias y gracias a ello leí libros que nunca se me hubiese ocurrido comprar, cambió mi apreciación de algunas modalidades artísticas y hasta me vi influido en ideas y opiniones sobre cuestiones muy serias. Claro que en ninguna de mis tertulias había capitoste ni santón a quien rendir pleitesía.

     Pero es que conversar, hablar por gusto, sin obligación ni orden del día ni tema prefijado, puede ser, como se dice ahora, una gozada. Y se puede ganar mucho, aunque a los ojos de los utilitaristas se pierda el tiempo.

Logotipo por Alejandro Bosque, mi nieto     Hay más, y no lo voy a pasar por alto: hablando con gente iletrada, sencilla, del campo o de la ciudad, o del mar, se me han revelado lo que yo considero como gotas de auténtica sabiduría. Materia prima sin elaborar, algo que difícilmente se puede encontrar en los libros, al menos en ese estado de pureza.

     Y por último, aunque el tema daría mucho más de sí, diría que el conversar puede facilitar la comprensión por todos los interlocutores sobre algo que en principio permanecía oscuro para cada uno de ellos en particular. Todos somos testigos de algún caso en el que eso ocurriera. A este propósito recuerdo muy concretamente a alguien que me decía a menudo: “voy a explicarte una cosa a ver si logro entenderla”. Y acabábamos entendiéndola los dos.

     Confío en no haber convencido a nadie así, por escrito. Pero podemos hablar, a ver qué pasa.

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