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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

MADUROS INFANTILES


     A propósito de celebrarse cada año o de vez en cuando, casi a diario a veces, el Día Mundial de la Infancia, se nos da información y se nos llena la cabeza de ideas y de proyectos para que nuestros chavales y chavalas puedan alcanzar sus aspiraciones y, sobre todo, ejercer sus vocaciones; porque lo que es dar rienda suelta a sus caprichos es lo que nos está llevando de cabeza a todos, y no precisamente para sentirnos mejor, sino para compartir con ellos las frustraciones: las suyas porque no pueden, no les alcanza el sueldo que tienen o les asignamos, y las nuestras porque nos negamos con dolor de corazón a poner en riesgo sus vidas, ya que, dígame, amigo, qué desean con ahínco que no sea un coche, una moto, una salida nocturna de larga duración para sentirse liberados y descontrolados, no sujetos a nada, dando rienda suelta a los instintos, anhelando experimentarlo todo aun a sabiendas de que hay cosas malas para su conciencia y su salud. También en algunos ayuntamientos se celebra con motivo de una fiesta local o de la Constitución una sesión “plenaria” con escolares y estudiantes, según su edad y procedencia, y se portan muy formalitos, como en la clase de la señorita Rotenmeyer (la de Heidi) que tenía controlada severamente a su alumna particular; y han dado, con notable, su discurso.

     Hay que ver lo bien que saben reconocer que para tener derechos es preciso que existan unos deberes. Muy enterados y muy listos ellos. Lo que no nos esperábamos es que un juez de menores haya dicho lo contrario de lo que se venía presumiendo: que los chicos ahora son menos maduros que antes, y sin embargo les tratamos como si fueran mayores (disculpando y tapando fechorías). Creemos que no todos los tiempos son iguales, ni los hijos ni los padres disponen de la información adecuada cuando procede. Y aquí hay que dar por hecho que ser educadores y a la vez personas con sus debilidades correspondientes y sus posibilidades de dedicar tiempo a su prole según disponibilidades por trabajo y, sobre todo por lo mucho o poco que les guste estar con ellos (que es vital) se excederán o no llegarán en sus cucamonas, en sus dedicaciones o en su permisividad. Y aquí nunca se sabe dónde está la raya puesta sobre un termómetro que nos indique hasta donde llegar, si nos hemos quedado cortos o nos hemos pasado. Sólo cuando llegamos a ser personas mayores atisbamos algo, aunque nunca sabremos cuánto ni cómo, porque tan humanos somos nosotros como ellos; ambos, consciente y hasta inconscientemente, tomaremos medidas, pero nunca sabremos cuál es la exacta.

     ¿Serán nuestros chiquillos y chiquillas unos maduros infantiles? Mirémoslo con la sabiduría de la edad y la observación del fenómeno, y se verá cómo pronto surge el “upericentrismo”, que es esa naturalidad con la que se deshacen, los que caen en los aledaños de los bebés, en mimos y atenciones, convirtiendo en rudos, torvos y casi criminales a los que se muestran, aunque sólo sea ligeramente, más distantes. Si los más pequeños son el centro del universo, ¿qué pasa con los  mayores, hay gestos y carantoñas para ellos?, ¿se ha desplazado el mundo? Todo eso tiene efectos incontrolables si no se trata a todos por igual en el sentido de “cada cual con su edad y su raciocinio”. Pocos se dan cuenta de que tener una infancia sobreprotegida arrastrará problemas anímicos en la pubertad y juventud, principalmente los que, acostumbrados a los arrumacos, no quieren crecer ni hacerse mayores ni siquiera independizarse, salvo que vean venir, como se dice por aquí, que “se les pasa el arroz”. Es muy difícil la educación, pero es lo más hermoso que tenemos los padres: estar encima de ellos, pero sin que se den cuenta, tragándonos sufrimientos y desvelos, y apoyando, llegada la edad adecuada, a que busquen su independencia. Y aquí orientaciones, las justas, lo que también es difícil. La “madurez infantil” –que se da por doquier y viven personas de “pasada duración” - es muy dañina porque impide a los hombrecitos y mujercitas controlar ese mundo que es suyo: es exclusivo, personal, responsable y totalmente propio.

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