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FE Y CONFIANZA
(por Gaspar Pérez Albert)


     A los integrantes de nuestro “Senado”, en especial a D. Pascual
Bosque,  D. Francisco Bernabeu y D. Juan Vicente Pérez.

     Dentro de una visión filosófica de la vida, nuestras creencias apuntan a un Dios, o a un ser o ente superior que domina y ordena todos nuestros actos, pasando por nuestro cerebro que recibe y transmite sus órdenes. En cambio desde un punto de vista científico el cerebro solo es un conjunto de neuronas, es decir, materia, que, a través de los sentidos son capaces por sí mismas de crear y ejecutar los pensamientos que pasan o permanecen en nuestra mente, la cual forma parte de un “todo” material junto con el cuerpo humano y por eso cuando muere el cuerpo lo hace también la mente y todo desaparece.

     Los que creen en ese “ente”  superior mantienen que la mente o espíritu no desaparece y que aunque muera el cuerpo permanece en algún lugar del universo, formando parte de la humanidad, y todo ello porque según sus creencias –religiosas o no- les parece lo correcto y real, aunque no lo hayan visto ni, tal vez, lo hayan podido comprobar, o lo que es lo mismo, porque  tienen fe en sus ideas. Mientras tanto, los seguidores “puros” de la ciencia solo aceptan lo que perciben a través de los sentidos y siempre que esté científicamente probado.

     He asistido a algunas discusiones sobre el tema entre personas expertas, y cada grupo de ellas discrepa sobre el grupo de opinión contraria y raras veces se ponen de acuerdo. Y así sus discrepancias llegan a manifestarlas acaloradamente, defendiendo cada cual sus ideas casi fijas e inamovibles.

     He observado la fe ciega de algunos frente a la ausencia de fe de otros. Y creo que, según su forma de pensar y entender la vida, son lógicas sus respectivas posturas. Sin embargo, estimo que, a pesar de sus opiniones encontradas, suelen tener algo en común. Me explicaré. Los filósofos mantienen sus ideas apoyados en grandes dosis de fe, mientras los científicos también la tienen, aunque en principio no lo parezca y por mucho que ellos no lo admitan. Según mi punto de vista como mero “espectador”, la coincidencia  es que ambos llevan a cabo sus respectivas “tareas” y su forma general de actuar con una fe casi ciega en sí mismos y en sus posibilidades. Y se puede entender fácilmente que el filósofo  tiene total confianza  en sus pensamientos, que incluso considera como dogmáticos, al mismo tiempo que el científico, no exento tampoco de cierto dogmatismo, cree firmemente, es decir, tiene gran fe, en sus trabajos y descubrimientos, de los cuales se siente confiadamente seguro, así como en su capacidad para llevarlos a cabo. Y esa es la misma fe que hace a ambos mantener sus tesis o ideas con orgullo y firmeza.

     Tener fe en nosotros mismos es lo más fundamental y apropiado para vencer los retos que nos pueda presentar la vida, y quien carece de ella puede verse arrastrado o absorbido por comportamientos ajenos, que tal vez habrá de creer e imitar, en detrimento de su propia personalidad. Y es por eso que creo que siempre, sean cuales sean nuestras ideas o pensamientos, habremos de tener gran fe y autoconfianza, y, por supuesto, utilizar siempre de la forma más positiva posible nuestra capacidad de sentido común.

     Si así lo hacemos, o sea, si usamos adecuadamente este nuestro sexto sentido, allanaremos el camino para mantener y potenciar nuestra propia fe y confianza. Ello nos ayudará, sin duda, a vivir el resto de nuestra vida de forma más fácil y cómoda y por consiguiente mucho más felices y satisfechos. Nada más y nada menos.

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