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SE SABÍAN AMADOS POR DIOS

(por Matías Mengual)

Matías Mengual


     Este titular se lo debo al Papa, porque tal atracción no la hubiera definido yo sin su ayuda. La cosa fue que, por televisión, no entendí bien una de las frases del saludo papal, y al día siguiente me apresuré a encontrarla en la prensa: –La fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios.

     Así como el acto de leer no consiste únicamente en pasar la vista sobre lo escrito, el acto de escuchar no sólo requiere que dejemos penetrar las ondas sonoras en los oídos. Se necesita la activa participación del que escucha. Y yo llegué a pensar que la borrasca fue emocionalmente oportuna, pues la relacioné –supongo que no sólo yo– con la tempestad calmada del Evangelio, en la que Jesús increpó a los vientos y al mar, sobreviniendo la calma y, acto seguido, reprendió a los discípulos su poca fe. Madrid, en cambio, “embarcaba” casi a dos millones de ángeles en la vigilia de Cuatro Vientos, pareciéndome todos ellos seguros, sin inquietud alguna ante la noche que se les presentaba. Allí había fe.

     Respecto al que habla, pienso que no siempre lo dice todo con las palabras. Y le presté atención. Los tonos y el volumen de su voz pueden tener especial significado, lo mismo que la expresión de su rostro, sus gestos y ademanes: A causa de la lluvia se había interrumpido la lectura del discurso del Papa, y una inopinada ráfaga de viento, que casi arranca de las manos de su ayudante el paraguas protector, se llevó por los aires el solideo que cubría su coronilla y, alzando en remolino la esclavina, llegó a ocultarnos el rostro del Pontífice. Recuperamos su semblante con la mejor de sus sonrisas, dejándome la impresión de que el Papa tomaba el torbellino como una broma del Altísimo.

     Con la Exposición del Santísimo Sacramento, me tranquilicé. Todo el mundo arrodillado; un buen rato; y, al final, vi cómo un sacerdote, obispo o cardenal, se levantaba chorreándole la sotana. ¡Había estado arrodillado en un charco de agua de lluvia! Y no era joven.

     El Papa tenía razón. Había dicho: –En el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios.

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