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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú)

REBELIÓN, PLUTOCRACIA, MAMMÓN Y DIGNIDAD


     Se ha producido desde la primavera de 2011, en forma inequívoca y casi coincidente, y tanto en naciones democráticas como exentas de libertad, una rebelión de masas, que nos recordaría a Ortega y Gasset (el hombre-masa que forma aglomeraciones y va por donde todos le llevan), o a modo individual y hasta íntimo, que nos evocaría al hombre rebelde de Camús (la clave metafísica de emancipación), aparentemente anónimas (dicho así porque para quien esto escribe no es nada creíble que nadie esté detrás de todos estos tinglados). Si, total, es muy fácil: a las personas se les engaña, manipula, amenaza; se les tapa la boca, se les domina y abusa de ellas con una facilidad pasmosa; y mucho más con el juego de las palabras tiranía, pueblo y libertad, expresadas desde cualquier ángulo del cuadrilátero. Aunque no se trate de volver a la Revolución Francesa, se le parece mucho, ¿no le parece? Los analistas (que los ha habido bastantes y aún los habrá más cuando las cosas adquieran mayor complejidad y separen más a las personas por culpa de lo de siempre, la desigualdad), la han citado por sus aparentes similitudes guardando las distancias, como también les han venido retratos del mayo del 68, que lo cambió todo y nadie supo cómo fue. Con estos mimbres han explicado de muy diversas formas según su leal creer y entender lo sucedido tanto en ciudades europeas (con especial protagonismo en España, siendo autorizados en plenas elecciones municipales y autonómicas con tratamiento de partidos legitimados que hacían sus propuestas) como la rebelión de los pueblos árabes en el norte de África levantados por hartazgo e indignación contra sus sátrapas.

     Lo que hay que recordar es el revuelo que se armó en embajadas, cancillerías, aparatos diplomáticos y hasta servicios de inteligencia. Nadie se esperaba que pudieran seguir creciendo los grandes negocios en países pobres, incultos y retrasados, sin que nadie se acordara que en su vieja cultura existía el culto a Mammon (significa tesoro), que en la Edad Media era el demonio de la avaricia y la injusticia; ni que lo que sus amigos y socios occidentales, que les vendían armas y tecnología, practicaban, especialmente con ellos y sus jefes de estado, la llamada Plutocracia, o régimen político en que el gobierno del estado está mayoritariamente en manos de los ricos (de Pluto, dios de la riqueza), un régimen que ahora se ha vuelto contra ambos lados. Y de ese recuerdo, nos tiene que quedar claro que antes o después el pastel se descubre, que la corrupción es la brutalidad de los déspotas; que la tibieza y las vacilaciones han puesto al descubierto tan enormes contrastes. Los intereses políticos y económicos jamás debieron estar por debajo de la dignidad humana.

     De unos casos y de otros deberíamos de aprender. Estamos ya pagando un precio global. Siendo tan ricos, somos cada vez más pobres, y teniendo tantos bienes está todo por empezar. Lo primero es la autocrítica personal que, aunque lo desee, uno no puede pretender estar libre de conciencia junto a quienes llama hermanos y no tiene nada de semejante. ¿Qué le gusta más: dar o recibir limosna? Hay que ver lo que esto se parece a engañar o ser engañado. Lo segundo, y muy urgente, es poner coto a la especulación. Se nos ha ido de las manos, pero también de los textos, de los comportamientos y de las normas. Primero vivir, por favor; después, trabajar si hay dónde hacerlo; y luego, ganar más por méritos propios, pero no para compararse con el que no tiene nada. Hay una superioridad de dotaciones personales y conocimientos, pero no es una dádiva moral cuando el de al lado es un deficiente o no tiene dónde caerse muerto. ¿No presumíamos de haber superado racismos y esclavitudes? ¡Qué magnífico es que seamos tan distintos y tengamos gustos, inclinaciones, habilidades y formaciones tan dispares, porque así lo que no sabe uno puede saberlo otro, lo que no hace uno, lo hace otro; seamos complementarios; y justos!

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