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TODO LO QUE HICE CON FURIA SALIÓ MAL

(por Matías Mengual)

Matías Mengual


Gengis Khan era hombre de indomable voluntad, de tanta robustez física como energía de carácter, violento, implacable, una verdadera fuerza elemental. Pero lo que constituye su genuina grandeza es algo más que todo eso. Sabía saltar por encima de todas las tradiciones. Encaraba resuelta y decididamente los problemas planteándolos y resolviéndolos de una manera completamente nueva. Poseía la habilidad singular de utilizar todos los medios, técnicas, armas y recursos entonces conocidos adaptándolos con prolija y minuciosa precisión a sus objetivos concretos.

En la biografía de este gran guerrero, el general Douglas Mac-Arthur manifiesta su especial admiración: “Si se borraran de las páginas de la Historia los relatos de todas las batallas que ha habido en el mundo, menos los de las que libró Gengis Khan, todavía tendrían los hombres de armas una mina de incalculable riqueza de donde sacar la sabiduría necesaria para moldear un ejército”. Según Mac-Arthur, el militar no puede aprender su profesión solamente con la práctica.

Paulo Coelho, en Como el río que fluye, le rinde también un especial homenaje, que por su extensión necesito comprimir: Dice que, en reciente visita a Kazajstán  –Asia central–, tuvo la oportunidad de acompañar a unos cazadores que usan el halcón como arma y vio a uno de ellos con el halcón al brazo alejarse un poco y retirar la pequeña visera de plata de la cabeza del ave. Ésta alzó el vuelo, trazó algunos círculos en el aire y después, con un asalto certero, bajó en dirección al barranco y no se movió más. –Nos acercamos y vimos una raposa presa en sus garras.

De vuelta a la aldea, quiso el escritor averiguar cómo era que conseguían domesticar al halcón para que hiciera todo lo que él le había visto hacer, incluso su permanencia dócil en el brazo de su dueño.  Pregunta inútil. Nadie sabe explicarlo. –Es un arte que pasa de generación en generación de padres a hijos–, única respuesta. Después, durante el almuerzo, escuchó la leyenda del gran conquistador mongol:

Cierta mañana, Gengis Khan, con su halcón favorito en el brazo, salió a cazar con todo su cortejo y, pese al entusiasmo del grupo, no consiguieron encontrar nada. Hacía mucho calor. Con los arroyos secos, Gengis Khan decidió beber de un hilo de agua que vio deslizarse en una roca. Al instante, retiró el halcón de su brazo, puso un vasito de plata que siempre llevaba consigo bajo el hilo de agua y esperó. Al ir a beber del vaso, el halcón alzó el vuelo y, adelantándosele, le arrebató el vaso derramando el agua. El guerrero supondría que el halcón podía tener también sed. Recogió el vaso y lo colocó de nuevo en el mismo sitio. Pero se repitió la escena: el halcón volvió a atacar, derramando el agua. Gengis Khan adoraba al animal, pero no podía permitir una falta de respeto en circunstancia alguna. Colocó en su sitio otra vez el vaso; desenvainó la espada y esperó el llenado del vaso. Al ir a beber, vio al halcón ir hacia él y, en llegando el ave, de un golpe la partió en dos. Gengis Khan volvió al campamente con el halcón muerto en sus brazos y mandó hacer una reproducción en oro que contiene estas grabaciones: “Cuando un amigo hace algo que no te gusta, sigue siendo tu amigo” y “Cualquier acción motivada por la furia es una acción condenada al fracaso”. Dijeron que sobre la roca había una poza de agua y, en medio, muerta, una de las serpientes más venenosas de la región.

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