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LOS NIETOS
(por José M. Quiles Guijarro)

José Miguel Quiles


     Algo a lo que nos aficionamos con facilidad los mayores es a las caminatas mañaneras y en ellas es muy frecuente darnos de frente con algún conocido de nuestros mejores años. Hay veces que el saludo está muy devaluado y se limita a un parco levantamiento de cejas (nos hemos hecho muy independientes). Otras veces el saludo toma más cuerpo y damos con el amigo parlanchín que habla mucho y nos abruma con su charla y al despedirse todavía nos avisa: “Bueno… ya hablaremos”  El conocido del que hablo ahora, fue distinto:

     “Hombre ¿tú por aquí?”, “Ya ves”, “¿Cómo va lo cosa?”, y enseguida nos enzarzamos en colesteroles, tensiones, rodillas, azúcares, vahídos y otras aportaciones más precisas de orden personal. “Oye, por cierto, al que hace tiempo que no veo es a Manolo…” “¿Y no te enteraste de lo de Paco, el chico aquel que vivía encima del estanco? tres años mayor que yo era…yo del cuarenta y cinco y él…”.

     Y en una charla así, llena de paisajes y de vivencias comunes, de repente y sin venir a cuento, el conocido mío, mete la mano en el bolsillo trasero del pantalón, despliega su cartera y rebosante de orgullo me dice:

     - ¡¡Mira… mi nieta!! – parece que hubiera pensado hacerlo desde que me divisó de lejos. Y en efecto, en la parte central de la cartera había una foto de una niña, con esa chispa nueva de luz y de júbilo que tienen los ojos de los niños, la nariz respingona, la sonrisa con hoyuelos. Un cielo de niña, llena de vida y de alegría.

     Había en la cartera otras fotografías más pequeñas, podía haberme dicho, ¿conoces a mis hijos, a mi mujer, te acuerdas de mis padres? No señor, solo me dijo: “¡Mira,  mi nieta!”. La foto central en su pequeño santuario de bolsillo era para aquella niña. Por mi parte, sentí mucho haberme echado a la calle a manos limpias (con el móvil ahora parece que tengamos bastante), y no poder enseñarle la fotografía de mi nieto con 2 meses. Así que le dije: “Hubieras visto un niño guapo, pero guapo, guapo de verdad, vamos un niño de los del anuncio de ‘Nenuco’…unos ojos…”

     Forma parte de la naturaleza humana guardar, en medio de las venturas y desventuras de nuestra historia personal, una reserva especial de amor para nuestros descendientes. Una especie de “fondo” de corazón, que sacamos de nuestro escepticismo y que ahora entregamos a raudales a cambio de nada, con una ternura y un orgullo especial. Los nietos: son como una última pincelada realmente valiosa que vamos a dejar en este mundo. Los otros “bienes”, los que son materia de notario y registro, esos con la edad se “desvalorizan” muchísimo.

     A los pequeñines nos los pondremos con mucho cuidado al hombro, como un tesoro, – cógelo bien - y le daremos palmaditas después de tomar el biberón, les llevaremos gozosos de la manita en sus primeros pasos, los acercaremos al bus del cole, les contaremos cuentos y llevaremos su foto en la cartera, y sin embargo sabemos que solo aspiramos a ser un recuerdo en su infancia. Debemos entregar todo a cambio de nada. Los abuelos no estamos en la hoja de ruta de sus vidas, de sus ilusiones, de su futuro y de sus proyectos. Los abuelos nos tenemos que conformar con ser esa figura blanda y cariñosa que se les queda muy pronto en el camino y esperemos que en la memoria.

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